Aunque históricamente nuestra política exterior ha sido de principios –incorporados a la Constitución (Art. 89-IX) en el gobierno de Miguel de la Madrid-, frecuentemente también ha sido pragmática. Incluso grandes paladines del principio de no intervención, como Carranza o Cárdenas, adoptaron posiciones muy pragmáticas cuando el interés nacional lo demandó. No obstante que el actual gobierno manifiesta ser distinto a los anteriores, ha seguido la misma pauta: al tiempo que proclama estricto apego a dichos siete principios constitucionales, su actuación está siendo, inesperada y sorprendentemente, muy pragmática.

El trasfondo es la ausencia de un proyecto definido y estructurado de P.E. En un artículo anterior (21 de febrero “¿Cuál es la Política Exterior?”) desglosé las decisiones que patentizan desinterés en lo externo, lo cual fue ratificado con las ínfimas menciones a lo foráneo en el Plan Nacional de Desarrollo. Ese aislamiento nativista se escuda en una rígida interpretación de la no intervención, que tanto elude pronunciarse sobre la desastrosa dictadura venezolana, como se contradice con la carta enviada al Rey de España pidiéndole disculpas por los abusos de la conquista, o con la injerencia que representa el decirle a Centroamérica como debe desarrollarse. Pese a la ilusa pretensión de ignorar la monserga de los asuntos externos, la realidad se impuso. Los problemas derivados de nuestra geopolítica nos han afectado, y como no se contó con un proyecto definido de P. E., se están tomando decisiones pragmáticas y de realpolitik para capotear las dificultades.

El embate vino de Estados Unidos, de Centroamérica y de su conflictiva relación migratoria que, obligadamente, compartimos. Siendo que Trump convirtió su reelección en asunto de seguridad nacional, contribuimos a desatar su furia por primero ofrecer reducir el flujo indocumentado, para luego, irresponsable e inocentemente, anunciar una política de puertas abiertas. Su amenaza de imponer aranceles progresivos a nuestras exportaciones fue brutal, y aunque algunos opinan que no la cumpliría por ser contraproducente para EU, pragmáticamente nos comprometimos a reducir la migración para desactivarla. No aceptamos firmar un acuerdo de tercer país seguro, pero de hecho lo somos: albergamos a quienes solicitan asilo en EU, impedimos que otros lleguen a la frontera Norte y los expulsamos. La migración se redujo en un 56%.

Ese gran pragmatismo -que ni los “gobiernos neoliberales” tuvieron- nos salvó –por el momento- pero a un alto costo. El gasto para alojar, alimentar, dar atención médica, etc., e igualmente para detener y trasladar a los capturados a sus países de origen, golpea muchos rubros ya afectados por la austeridad franciscana en curso. La responsabilidad asumida también distrae 25 mil elementos de la nueva Guardia Nacional cuando la violencia, criminalidad, delincuencia e inseguridad está en niveles históricos. Adicionalmente, la presencia irregular de miles de extranjeros propicia violación de derechos humanos, corrupción, trata de personas, extorsiones, secuestros, asesinatos, etc. No de menor importancia, como Trump & Co. aprendieron que con amenazas obtiene lo que desean, exigirán más en la medida que avance la campaña electoral en EU. Extrañamente, la izquierda radical incrustada en la 4T –que venera las fallidas revoluciones cubana y venezolana-, guarda sepulcral silencio ante la obsecuencia hacia el imperialismo yanqui que vulnera nuestra autodeterminación.

Sin duda, los márgenes de maniobra frente a la agresión trumpiana han sido muy limitados, y solo el tiempo dirá si fue erróneo o acertado, el inesperado pragmatismo de un gobierno de izquierda frente a uno de extrema derecha.

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