Hace 100 años, en la Universidad de Aberystwyth en Gales, se fundó la primera cátedra de relaciones internacionales. También en 1919 se firmó el tratado de paz de Versalles que creo la Sociedad de las Naciones. Ambas iniciativas fueron de gran trascendencia para el sistema mundial, pues por diferentes caminos persiguieron el propósito de evitar otra conflagración global. La primera mediante el estudio académico-científico de la temática internacional, cuya mejor comprensión impidiera los conflictos armados. La segunda fungiendo como mediador para solucionar pacíficamente los desacuerdos entre los países. Desgraciadamente no evitaron la segunda guerra mundial, pero el fracaso fue más bien de los políticos que las manipularon a su conveniencia.
En el caso de organismos como la SDN –o la ONU-, nuestro gran internacionalista, mi estimado maestro Modesto Seara Vázquez, ha precisado que su ineficacia se debe a que son el fiel reflejo de los desencuentros y luchas de poder de las potencias del momento. En cuanto al estudio de las R. I., los políticos lo desvirtuaron para legitimar sus siniestros proyectos. Hitler, por ejemplo, se apropió del concepto de “lebensraum” (espacio vital) acuñado por Friedrich Ratzel y Karl Haushofer en el marco de la novedosa disciplina de las R.I. llamada geopolítica, para justificar el expansionismo de la Alemania nazi.
Durante la Guerra Fría la reflexión académica proliferó, pero también la perversa intención de torcerla para avalar las políticas belicistas de las dos superpotencias durante el conflicto bipolar. El debate fue dominado por la escuela idealista (preferida de los demócratas) y la realista (adorada por los republicanos), de las que derivaron varias ramas, pero todas tuvieron el mismo objetivo de justificar y legitimar las políticas en curso. El fin de la Guerra Fría no modificó esa perniciosa tendencia. Por ejemplo, Samuel Huntington (vinculado a los intereses corporativos) proclamó el famoso “choque de civilizaciones” que disfrazaba las ambiciones sobre los recursos energético, con una supuestamente inevitable confrontación entre las distintas religiones y civilizaciones.
Los políticos de ayer y de hoy han sido ambivalentes respecto a las aportaciones, conclusiones y propuestas de los especialistas. Si coinciden con sus proyectos y visiones, son acogidas y festejadas. Si no, son ignoradas, repudiadas o achacadas a la vileza de sus enemigos. En 100 años se lograron grandes avances en el estudio, comprensión, diagnostico, prospectiva, etc., de las R. I., pero como ese caudal de conocimientos se sustenta en verdades objetivas y realistas, frecuentemente incómoda y estorba a los líderes, especialmente a los populistas en boga. Aunque los internacionalistas afirmemos que la paz y la seguridad internacionales no se alcanzarán mientras el 80% de la riqueza global se concentre en el 1% de la población, se continúa aplicando la misma política económica suicida. Aunque advirtamos que el calentamiento global tendrá efectos catastróficos, Trump argumenta se trata de fake news. Aunque indiquemos que es fundamental para el interés de México que su presidente asista a las reuniones del G 20, López Obrador dice tener otros datos. Aunque con evidencias irrefutables afirmemos que las revoluciones cubana y venezolana son un patético fracaso, sus respectivos dictadores se empeñan en oprimir y empobrecer a sus pueblos. Aunque denunciemos que el Brexit es un absurdo retroceso histórico, Boris Johnson reitera que lo realizará cueste lo que cueste, etc. Celebremos los 100 exitosos años de nuestra carrera, pero lamentemos que los hombres políticos sigan anteponiendo sus intereses y conveniencias sobre los del planeta y la humanidad.