Si bien México fue uno de los fundadores de las Naciones Unidas, establecida en 1945, siempre ha tenido desencuentros con uno de los organismos surgidos de su vasto sistema. El proyecto de apuntalar la economía de la posguerra en una triada de organismos con responsabilidades financiero-monetario-comercial, tropezó con dificultades. El Banco Mundial se creó en 1944, el Fondo Monetario Internacional en 1945, pero la Organización Internacional de Comercio (OIC) no pudo fundarse en 1947. La intención de que naciera en la conferencia de La Habana de ese año fracasó, pues el deseo estadounidense de que la OIC promoviera el libre comercio fue objetado por los países arruinados por la guerra, que requerían un fuerte proteccionismo para recuperarse. La solución fue crear algo menos ambicioso: el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade), que a través de rondas comerciales iría reduciendo los aranceles para liberalizar el comercio global.

Como México tampoco quería abrir su mercado porque frenaría la industrialización propiciada por la guerra, no ingresó al GATT y aplicó la política de sustitución de importaciones preconizada por la CEPAL. Este primer desencuentro duró 39 años en los que se condujeron 8 rondas comerciales (Ginebra, Annecy, Torquay, Ginebra, Dillon, Kennedy, Tokio y Uruguay), hasta que en 1980 se registró un segundo desencuentro. Durante el gobierno de López Portillo se consideró que la producción nacional ya era capaz de competir en el exterior, y se intentó ingresar al GATT. Pero la oposición empresarial a que se les quitara el privilegio del mercado cerrado que les permitía lucrar con mala calidad y altos precios, y la abundancia petrolera, obstaculizaron dicho ingreso. Sin embargo, la crisis que Miguel de la Madrid heredó de los años de la “borrachera del petróleo” y las presiones de Washington en la renegociación de la descomunal deuda contratada por su antecesor, forzaron a abrir la economía mediante la incorporación al GATT en 1986.

Tras negociarse diversos acuerdos de libre comercio –especialmente el de América del Norte– que nos convirtieron en una de las economías más abiertas del mundo, Carlos Salinas propuso su candidatura para ser el primer Director General de la Organización Mundial de Comercio (OMC) que sustituyó al GATT al finalizar la Ronda Uruguay. Otro desencuentro tuvo lugar, pues la grave crisis causada por problemas políticos y económicos en el último año de su gobierno – incluyendo el arresto de su hermano– lo obligaron a retirar su candidatura, eligiéndose al italiano Renato Ruggiero en 1995.

Al concluir su mandato el cuarto director, el francés Pascual Lamy, se lanzó la candidatura de Herminio Blanco que tenía gran experiencia en negociaciones comerciales, pero perdió la contienda frente al brasileño Roberto Azevedo, siendo un desencuentro adicional.

En virtud de que Azevedo se retiró anticipadamente este año, de nuevo se presentó una candidatura: la de Jesús Seade que se desempeñaba como subsecretario para América del Norte de la cancillería, y también tiene larga trayectoria en el ámbito del comercio mundial. Sin embargo, para no elegir a un latinoamericano que remplazara a otro y mantener el democrático principio de rotación geográfica equitativa, que además era respaldado por el gobierno de Trump que ha tensionado las relaciones comerciales con su proteccionismo nativista, Seade quedó fuera de la contienda en el primer escrutinio.

Lo reseñado deja ver que, en las últimas décadas, nuestra diplomacia ha perdido la eficacia de otras épocas y, lejos de que se superen, los desencuentros históricos con el GATT-OMC, se han ha agudizado.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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