Los rivales y enemigos de EU residentes en La Habana, Caracas, Teherán, Damasco, Pyongyang, Pekín, Moscú, etc., están de plácemes. Especialmente Putin, pues de la misma forma que intervino en favor de Trump en las elecciones de 2016, existe la fundada sospecha que también influyó, con sus granjas de trolls, fake news, desinformación, dinero, etc., en la agitación partidista que desembocó en los disturbios para invalidar la legitima elección de Biden y prolongar el mandato del demente ególatra.
Aunque el criminal propósito no tuvo éxito, el asalto al Capitolio por hordas nativistas de red necks, financiadas con “dark money” y alentadas por el aspirante a dictador, patentizó elocuentemente la decadencia de la superpotencia, y agudizó su desprestigio global. Ya desde 1987, en su famoso libro “Auge y Caída de las Grandes Potencias”, el historiador Paul Kennedy afirmó que, como los que le precedieron, el imperio estadounidense estaba en inevitable declive. Paradójicamente, el populista slogan de Trump de “Let’s Make America Great Again”, destinado a evitarlo, aceleró la decadencia.
Quien, en el mejor estilo de Hitler, Mussolini, Chávez, Maduro o Erdogan, intentó dar un golpe de Estado incitando a su manada de fanáticos, deja un país enfrentado y polarizado, con su democracia maltrecha, plagado de violencia racial, criminalidad y drogadicción, cuyo PIB cayó un 31.7%, su 1% monopoliza casi la mitad de la riqueza, tiene más de 40 millones de pobres, 30 millones de desempleados, es el epicentro mundial de la pandemia de Covid-19 con más de 20 millones de contagiados y 350 mil muertos, etc. El expresidente George Bush, trágicamente admitió que lo ocurrido en el Capitolio fueron escenas de “una república bananera.”
La inverosímil forma en que concluye su mandato, agudiza el desprestigio internacional forjado a pulso durante 4 años. Merced a su locuacidad, combinada con arrogancia narcisista e ignorancia, socavó el liderazgo estadounidense en el mundo, dañó al sistema y la gobernanza globales y, torpemente, cedió espacios a sus adversarios. Pateó y ofendió a sus aliados europeos y a sus dos vecinos territoriales; repudió el multilateralismo, abandonó la Unesco, la OMS y el Acuerdo de París para frenar el cambio climático. Tambien se salió del Acuerdo Transpacífico de Cooperación (TPP) que buscaba ser un contrapeso para China, a la cual, a pesar de sus bravuconerías no doblegó: su guerra arancelaria principalmente afectó al consumidor estadounidense y al comercio mundial. Su sospechosa simpatía hacia Rusia no se tradujo en un acercamiento real que sirviera de contrapeso a Pekín, pero facilitó a Putin adoptar posiciones contrarias a EU, desplazarlo de posiciones como en Siria, y conducir sistemáticos ciberataques contra las agencias de seguridad de Washington. Sus publicitados encuentros con el dictador norcoreano fueron un hueco circo mediático que no detuvo su programa nuclear, y la contraproducente suspensión del Tratado de No Proliferación Nuclear con Irán, sirvió para fortalecer al régimen radical de los ayatolas y el desarrollo de armas nucleares. Su actuación en el Medio Oriente, Siria, Afganistán e Irak fue errática sin resultados, América Latina no figuró en su miope mapamundi, y menos aquellos que majadera y racistamente llamó “shithole countries.” Su mayor logro fue no desatar una guerra o catástrofe global.
En suma, los pasados 4 años ilustran el enorme daño que causan los demagogos populistas que se aferran al poder. La tarea de Biden para sanar las heridas internas, y recuperar el prestigio de su país en el mundo, será descomunal.
Internacionalista, embajador de carrera y académico