Desde finales del siglo pasado, el entonces muy influyente Club de Roma advirtió que la civilización estaba en una peligrosa encrucijada por las abismales brechas existentes entre las naciones, y entre el hombre y la naturaleza. Al tiempo que las crecientes desigualdades entre los países desarrollados y subdesarrollados afectaban la paz y la seguridad mundiales, la abusiva explotación del planeta generaba graves problemas ambientales. Esa justificada preocupación impulsó una agenda progresista para atacar, tanto los grandes males de la sociedad (pobreza, desigualdad de genero, marginación de minorías, educación, salud, derechos humanos, etc.), como los daños causados por el hombre a la biosfera planetaria. Sin embargo, el inesperado fin de la Guerra Fría no solo acaparó toda la atención y se relegó la agenda progresista, sino que, como se consideró que el capitalismo occidental fue el triunfador de la confrontación bipolar, impuso su versión mas deshumanizada y depredadora del medio ambiente.
Como resultado, las señaladas brechas se ensancharon, surgiendo constantes crisis que dejan ver que, la propia civilización global, iniciada desde el siglo XVI con la expansión del capitalismo europeo a los demás continentes, esta en crisis. En efecto, desde el fin de la Guerra Fría hemos padecido pequeñas y grandes crisis: escasez de alimentos y hambrunas, constantes fluctuaciones del precio del petróleo, desatada inseguridad (desde crimen organizado hasta terrorismo, guerras civiles, guerras interestatales, etc.), migraciones y refugiados, medio ambientales (sequías, incendios, inundaciones, contaminación, calentamiento global, capa de ozono), etc. Entre ellas destacan por su despiadado impacto, la crisis hipotecario-financiera-económica de 2008-2009, y la actual crisis pandémica del nuevo corona virus que, como destacamos en un articulo anterior (27 de marzo) forma parte de una pandemia de pandemias aparecidas en los últimos años (Cólera, Zika, SARS, MERS, Ébola, H1N1, etc.). Todas han sido propiciadas por las acciones del hombre, pues, aunque los brotes infecciosos son naturales, su dispersión mundial se debe a la globalización creada por los humanos.
Todo lo anterior, inevitablemente, condujo a una crisis de valores, de la democracia liberal y la gobernanza. Como justificadamente se responsabiliza de muchos de esos males (o de ser incapaces de resolverlos) a la política y los políticos tradicionales, el voto de castigo ha favorecido a los populistas, resultando peor la medicina que la enfermedad. En efecto, como las agendas de los populistas son ellos mismos y no los problemas de la humanidad, las crisis se han agravado: los problemas globales requieren acciones globales, lo cual no está en los genes unilateralistas, aislacionistas y nativistas del populismo. Claro ejemplo de ello es la actual pandemia: no existe una estrategia de combate global, pues cada país ha tomado medidas individuales y, peor aun, ha sido manejada con fines político-electoreros y hasta ideológicos.
La pandemia y su brutal costo en vidas y en debacle económico, es un recordatorio del inigualable poder de la naturaleza: frente a un primitivo microscópico virus, las armas nucleares, el poderío económico, tecnológico, etc., son intrascendentes. Hoy vale más una enfermera que un futbolista o una celebridad. Si no hay vida ni salud, todo lo material es irrelevante y superfluo. Es una dura llamada de atención para corregir el suicida camino que la civilización está siguiendo. ¿Aprenderemos la lección, o esperaremos que el destino nos alcance?