Aunque fue una fecha crucial, para muchos están pasando desapercibidos los 75 años del trágico agosto de 1945. La detonación de bombas atónicas en Hiroshima el 6 y en Nagasaki el 9 de dicho mes, no solo significó la rendición de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial, sino principalmente el inicio de un nuevo capítulo de la historia: la era nuclear. Harry Truman empleó dichas bombas en represalia por el artero ataque nipón contra Pearl Harbor en 1941, para doblegar a los renuentes militares japoneses a rendirse, para evitar las enormes bajas que implicaría someterlos por medios convencionales, y para enviar un contundente mensaje al mundo sobre el poderío alcanzado por EU.
En lo sucesivo el curso de las relaciones internacionales fue determinado por las armas nucleares, pues fueron el elemento central de la nueva Guerra Fría caracterizada por una desenfrenada carrera armamentista. Como EU y la URSS dejaron de ser aliados y se convirtieron en enemigos, para evitar que Moscú se expandiera a nuevos territorios, Washington diseñó la estrategia del Containment (contención), advirtiéndole que la agresión contra sus aliados ameritaría una represalia nuclear. Pero como en 1949 los soviéticos desarrollaron su bomba atómica, la disuasión nuclear estadounidense perdió efectividad, siendo necesario diseñar la nueva doctrina de seguridad estratégica del “First Strike”, consistente en poseer mayor poder nuclear para dar un mortal primer golpe. Sin embargo, Moscú fabricó armas mas potentes a fin de dar ese primer golpe, obligando a su rival a formular la estrategia del “Second Strike”, a efecto de poder resistir el primer golpe y dar a su enemigo un segundo que fuera el decisivo. En atención a que la paz mundial y la existencia de la humanidad acabaron dependiendo del equilibro del terror, finalmente se concluyó que la guerra nuclear era imposible porque aniquilaría a todos. Por ende, se optó por la doctrina de Flexible Responses: EU no solo tendría superioridad en el armamento nuclear, sino también en el convencional, ya que probablemente sería el que se utilizaría en una tercera guerra mundial.
Como esa temida guerra pudo ocurrir a raíz de la crisis de los misiles nucleares soviéticos instalados en Cuba, se transitó al periodo de “Detente” para aminorar las tenciones y reducir el arsenal nuclear mediante las negociaciones SALT I y II. Aunque nuevamente se recrudecieron las tensiones durante la presidencia de Ronald Reagan, paradójicamente condujeron a un entendimiento con la URS que puso fin a la prolongada Guerra Fría. Aunque con ello concluyó la confrontación bipolar, no desapareció el peligro nuclear.
A pesar que contamos con instrumentos para alejarnos de un eventual conflicto atómico, tales como el Tratado para la No Proliferación de Armas nucleares de 1968, el de Tlatelolco de 1969 que prohíbe armamento nuclear en América Latina, el que prohíbe los ensayos nucleares de 1996 y el mas reciente de 2017 que prohíbe las armas nucleares en el mundo, existen mas de 15 mil mucho más destructivas que las de 1945. El 92% de ellas pertenecen a EU y Rusia: las restantes a los otros tres miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (Gran Bretaña, Francia y China), a Israel, India, Paquistán y Corea del Norte. La posibilidad de un choque nuclear ya no figura en nuestras preocupaciones cotidianas como en la Guerra Fría, pero el terror de una conflagración atómica surgida hace 75 años, sigue presente.
Internacionalista, embajador de carrera y académico