El domingo acudí a la Marcha en la Ciudad de México. Acudí junto con mi esposa, mis hijas e hijos. Me habría gustado ver una participación mucho más activa de los hombres, tanto adultos como menores. Al final, no se trataba sólo de escuchar a las mujeres, sino especialmente entender la problemática, solidarizarse con ellas, y modificar el camino.
Justamente por ser hombre, me sentí en la obligación de Marchar. Porque tengo una esposa que no quiero que sufra violencia. Porque quiero que mis hijas tengan una vida plena y libre de agresiones, y muy en especial, para que mis hijos entiendan que justamente está en nosotros, los hombres, el apoyar esa transformación igualitaria en nuestro querido México.
Estoy convencido que haber participado activamente en la Marcha con mi familia, dejó en ellos una huella permanente en el respeto y la igualdad. Incluso previo a la Marcha seguían sin comprender la verdadera dimensión del problema. Lo sentían lejano, y peor aún, ajeno. Lo que a lo largo de estos lamentables y sangrientos meses en México habían escuchado, sin duda no había logrado hacer un eco en sus vidas. Participar activamente en la Marcha con sus propias consignas y pancartas, sí.
Para mis hijos, la Marcha implicó dar unos seis mil pasos. A cada paso que daban se les mostraban distintas personas con todo tipo de carteles y consignas exigiendo respeto e igualdad. Vieron familias marchando en silencio. Vieron en su mayoría, activistas gritando y exigiendo. Vieron a una minoría violentando la propia marcha, y en un muy interesante contraste, vieron al mismo género femenino, pero en su carácter de policías, tratando de contener a sus similares por una marcha que sin duda comparten y apoyan. Caminar junto con ellos y explicarles a cada paso que dábamos juntos lo que estábamos viviendo, y que ellos formaban una parte muy importante de dicho movimiento, los hizo empoderarse. Pero sobre todo les hizo entender que todos somos corresponsables del México en Paz que queremos recuperarles.
Estoy convencido que si yo me sorprendí de lo que vi y escuché durante la Marcha, para mis hijos será una experiencia imborrable. Fue impresionante la cantidad de personas que se nos acercaban para felicitarnos como familia, y en especial a mis hijos por haber marchado y solidarizarse. Entendieron que el verdadero cambio que pedimos y queremos en nuestro País, empieza por las familias, y en especial, en la educación y formación de los hijos.
No sé si mi familia en un futuro tendrá contacto con las leyes penales. Espero que no. Y lo digo a pesar de ser abogado de profesión, y dedicado especialmente al litigio penal y al diseño de políticas públicas para disminuir los índices delictivos en nuestro País. Dejemos de recurrir indiscriminadamente a aumentar las amenazas penales y dediquemos los esfuerzos y recursos del País en educar y prevenir. No queremos que metan a la cárcel a quien mata, lo que queremos es que dejen de matar.
Espero que mis hijos nunca tengan que respetar a las mujeres sólo por una posible amenaza de 60 o más años de prisión, sino por que verdaderamente en su interior, el respeto y la igualdad formen parte de sus valores y su educación. Si las familias mexicanas educamos a nuestras hijas e hijos en el respeto e igualdad, y les generamos mayor sensibilidad y empatía con dichas causas, lograremos verdaderamente generar una política de prevención de tan deleznables conductas delictivas.