El sábado, el candidato republicano sufrió un atentado en medio de un mitin. Como si se tratara de una pandemia, la brutalidad de la violencia se revela en el proceso electoral del vecino país. El francotirador abatido dejó un rosario de preguntas: ¿complot? ¿quién está detrás? Grave. Las elecciones norteamericanas se tiñen de rojo, la sinrazón del fanatismo permea en las mentes de los que usan el único argumento de las balas, las mismas con las que pretendieron frenar la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

Su discurso enaltece los valores de los estadounidenses. ‘Make America Great Again’ centra el soberanismo de forma esencial para imponer su preponderancia económica, militar e ideológica. La retórica ha calado en la lucha contra los resabios del socialismo en América latina. Son claros los ejemplos de la derecha en la región: Bukele en El Salvador, el argentino Milei, en Costa Rica Chaves, el panameño Mulino, Puerto Rico con Pierluisi, Noboa de Ecuador, el paraguayo Peña y el uruguayo Lacalle.

La oleada cuyo origen data en la ya lejana caída del muro de Berlín, significó mucho más que demoler ladrillos, dio pauta a la ruina del comunismo, con un acontecimiento cumbre: el derrumbe de la URSS y la balcanización de sus repúblicas, seguido por el cambio de ruta chino, las dos potencias, a la postre, ostentan un tropicalizado pero vigoroso capitalismo. Aquella inercia abrió paso al neoliberalismo. En México, de manera incipiente con el presidente De la Madrid, después hondamente por Carlos Salinas. Adelgazar la administración, entregar importantes activos públicos a la iniciativa privada y construir nuevos millonarios, terminó por fulminar el paternalismo estatal. La idea no era mala: dispersar la abundancia, producir riqueza, acrecentar la clase media y consecuentemente el consumo. El círculo lucía virtuoso.

No funcionó. La voracidad de los gobernantes y la codicia de los privilegiados lo impidieron. Se ampliaron las brechas entre estratos, naciendo, en pleno siglo XX, generaciones que vivieron y murieron en la miseria. Los gobiernos que siguieron con ambivalentes filosofías, si es que las tenían, resolvieron erráticamente: un gris Zedillo, un frívolo Fox, un autoritario Calderón, un comerciante Peña. Luego vino la contrarreforma, arribó el régimen proteccionista de López Obrador fundado en el reclamo ancestral de igualdad y justicia, un alegato difícil de vencer. Clara muestra es la aplastante victoria de Sheinbaum que confirmó la apuesta ciudadana en una izquierda moderada.

Por increíble que parezca, existen coincidencias sustanciales de Trump y López Obrador: la principal avivar el patriotismo con una tendencia al separatismo. Es su elemento gravitacional dominante, fuente de unión en lo nacional, concluyendo en un fin común; presidencias fuertes con sistemas doblegados. La imposición de credos al aparato del Estado tiene sus costos. La teoría de los pesos y contrapesos se rinde ante el ‘pueblo bueno’.

El reprobable intento de asesinato de Trump lejos de extinguirlo lo fortaleció. No hay duda, ganará. Lo que sigue es buscar una relación bilateral con propósitos constructivos. La gran interrogante es si Sheinbaum posee la habilidad y aprovecha la oportunidad que se le presenta o si la abandonará. Ya lo sabremos.

Abogado. @VRinconSalas

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