A D. Jorge Herrera Caldera justo a un año de su bondadosa recomendación:

El poder seduce, enamora y hechiza. Quien lo posee cae de poco en poco en su telaraña haciendo que su atracción lo envenene. Cada sexenio conocemos a un nuevo clan. De pronto aparecen los tíos, hermanos e hijos incómodos que amasan enormes fortunas al abrigo del ‘Águila’, suelen compactarse en cerrados grupúsculos que gozarán de su venia. Fluyen contratos, adjudicaciones y como consecuencia el dinero a raudales. Autopistas, ferrocarriles, seguridad, concesiones, todo genera interés. Ejecutivos van y vienen fabricando potentados a costa del tesoro público. La historia es continua, repetitiva y cansadamente reiterante, desde Don Porfirio hasta nuestros días.

Esta condición no es privativa de los mexicanos, aunque sí distintiva. En el país tener un lazo con el que dispone es garantía de prosperidad. El fenómeno ocurre en cualquier nivel, el alcalde del pequeño poblado, Gobernadores y, claro, el umbral del alto pedestal de la nación. Los ungidos se dejan sentir, se placean, muestran músculo y afirman que son gurús, en campaña, portan la charola y administran el recurso, luego, al inicio del encargo traen ‘los hilos de los negocios’. Falsos genios cuya voracidad es alimentada durante un periodo efímero, pero suficiente para transformar su vida, nunca volverán a ser los mismos, saben que se les perseguirá, apuestan a que el grosor de los fajos de billetes sea un escudo impenetrable que los hará inmunes al reproche. Es aguantar, después el vendaval se calmará y la impunidad reinará.

No obstante, el problema no es de índole económico, la encrucijada es mayor, apunta a los cimientos de las convicciones éticas ciudadanas y cimbra la propia conciencia colectiva, muchos anhelan y exponen su codicia por el apetitoso pastel. No importa el medio sino el fin, conductas incalificables que lamentablemente seguirán.

Paradójicamente, lo grave no es el acopio de riqueza en los coronados, esa inquietud palidece frente al verdadero encanto de la 4T; la concentración del mando. Su acumulación despótica es imperial y nadie la detiene.

Es preocupante el arrebato de la izquierda dominante que se sirve con la cuchara grande eliminando lo que le obstaculiza. Las recientes reformas asoman el impulso de trastocar la estructura del estado debilitando sus bases republicanas, el desvelo nace por la evidente ausencia de diálogo y prudencia. El resentimiento por los abusos del pasado son los odios del presente y afloran bajo la apariencia de iniciativas parlamentarias cuando en realidad se tratan de falacias distorsionadoras de la democracia. La intentona del INE fue una emboscada fallida ante la airada reacción social. Lo judicial es diferente, se aprovecharon de su descrédito y operaron sin freno ni piedad.

Les ganó la ambición, arriaron las banderas de lucha y se niegan a escuchar. En su lógica pesa más el deseo de doblar a la República que fortalecerla, pareciere que buscan someterla a una voluntad. Apenas comienza el ejercicio de la absolutez y sus actos resucitaron al fantasma setentero que se creía desterrado, el de la incertidumbre. Vendrán tiempos aciagos.

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