Contrario a la tradicional discreción del Presidente que se va, López Obrador cierra su mandato de manera vigorosa, omnipresente, fuerte. El arrollador triunfo electoral le dio un impulso de energía que a todas vistas permea en la estructura republicana con la idea clara de trazar una ruta de tranquilidad y sosiego a la heredera Sheinbaum.

La entrega del mando se planeó desplazando a los fastidiosos obstáculos de las decisiones ejecutivas. Para alcanzar el objetivo se fraguó, durante casi 6 años, señalamientos mañaneros con el claro propósito de superar la condena y convertirse en un hábito tolerable. Lo que en principio fue duramente criticado con la persistencia se volvió soportable y, lo peor, común. En este contexto tenemos la embestida constante a los comunicadores, los favoritos, Loret, Brozo, López Dóriga, Gómez Leyva. La maquinación incluía al aparato del Estado, por eso la reciente revelación de que la UIF de Pablo Gómez investiga a Loret, su esposa y Brozo.

El otro frente se centró en el Poder Judicial, fue el freno a la osadía. Leyes, obras, detenciones, expropiaciones, dictadas por el inquilino de Palacio Nacional, se estrellaron con el muro de la regla construido y sostenido por jueces que sin temor anteponían a la Constitución. Había que destruirlos, tramar su extinción mediante el tejido de una reforma y de paso el aniquilamiento de una institución que no jugó con la 4T, así, de lo disparatado se mudó a lo improbable, luego a lo posible. Hoy la iniciativa está montada en la imparable locomotora del absolutismo legislativo. No hay duda nos estrenaremos en la alternancia judicial, no como vía de legitimación sino como método perverso de sumisión.

En la lógica del discurso único no hay cabida a los disidentes, aunque estos sean órganos autónomos. La conclusión se fundó en la misma determinación, desvanecer toda sombra de contención. El asumirse como guía del pueblo implica tener todos los hilos en las manos, con la enmienda se logrará. En breve veremos cerrar puertas a instancias especializadas de regulación.

El INE no se escapa, la madrugadora diatriba fue la herramienta preferida. Machacar un concepto dejó su huella; primero reducción presupuestal, ahora una reconformación profunda. Es el precio de la polémica, ser incómodo, pensar diferente, quien paga será la democracia.

En materia de seguridad se abrió un canal de discusión; militarizar o no a la Guardia Nacional. Se hicieron oídos sordos a las voces que alertan sobre el enorme peligro que ello traerá. El raciocinio castrense dista del civil. Lo sensato para el de verde oliva es eliminar al enemigo, lo que es correcto cuando el invasor se presenta, pero su guerra es contra el paisano. No somos el extraño y se nos trata como tal. Los brutales abusos comienzan a darse. No hay vuelta, sus atropellos terminan con vidas y muchas son de quien menos tiene, bajo el cálculo siniestro de que no podrán defenderse. Su imagen entonces ajena ahora es cercana. No están en sus cuarteles, los vemos en aduanas, aeropuertos, construyendo, en la mega farmacia, en puertos; de pronto forman parte de nuestra cotidianeidad.

López Obrador en 90 días sacará las propuestas. La lucha que por décadas hizo la clase política que nos gobierna se irá al baúl del olvido de cara a nuevas generaciones que ignoran el obscuro pasado del autoritarismo.

Para Sheinbaum la cuenta comenzará en ceros, con una opinión pública perseguida, sin la Corte, sin los autónomos y con una milicia patrullando las calles.

A ver quién se le opone.

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