En términos llanos, la democracia es el gobierno del pueblo. La fórmula es relativamente sencilla: Se postulan candidatos, se ponen a consideración del electorado, toma su decisión y la expresa en la boleta, se cuentan y se declara al vencedor. Generalmente el resultado permea en las Cámaras creando bancadas simples o calificadas. Es la regla. El victorioso ejerce el poder. No se trata de una cándida ficción imaginaria, implica el reacomodo de intereses. Muchos fingen desconocerlo y se niegan a aceptarlo. Así llegaron el PRI, el PAN y ahora MORENA.

La actual no es la misma circunstancia del priismo dominante. Hoy es una sociedad preparada, demandante, observadora, conectada, en un mundo globalizado, inmersa en pujantes regiones comerciales y lo mejor, enterada. El infalible celular vino a evolucionar la cadena informativa eliminando los filtros de antaño.

Los acontecimientos de las últimas semanas motivan a cuestionarnos si el sistema electivo es el ideal. Persiste el estándar de edad de 18, ignorando que un número significativo de menores trabajan, tienen hijos, cumplen sus obligaciones, se les sujeta a las normas penales, pagan impuestos, pero se les prohíbe votar.

La otra vertiente es el enorme universo de los que no sufragan. En el pasado proceso más de la mitad de los mexicanos, por la razón que sea, evitó las casillas. ¿Cómo incorporarlos? Después, hay que abordar el inevitable y espinoso rubro de la legitimación: ¿el que gana puede transformar la estructura de la Nación haciendo uso de su fuerza legislativa?

Las mayorías cuando son republicanas escuchan y atienden. Lo otro es autoritarismo. La experiencia de la reciente reforma reveló lo que vendrá, de nada sirvieron los foros y debate parlamentario, la iniciativa Lopezobradorista fue pétrea, necia, cerró oídos. Su desprecio al pensamiento ajeno elevó la inconformidad y preocupación de aquellos que con recelo ven desmoronar un contrapeso. Es verdad, estamos lejos de un modelo de justicia que nos prestigie, no obstante, la solución es destructiva, fruto de un tránsito originado en la venganza, en el que sumariamente se acusó y sentenció de deshonestos a jueces, magistrados y ministros, sin privilegiar el consenso como quehacer natural de lo público.

Se revivieron escenas aciagas de la historia política que suponíamos haber sepultado en la tumba de la vergüenza. La 4T, cual tortura, nos forzó a recordar la aplanadora tricolor. ¿Alguien decía algo? Nadie. Se perdía la dignidad personal y el respeto por la patria. Actores que solo defendían lo suyo, igual que el tristemente célebre clan de los Yunes.

La manipulación del Estado no debe de estar en manos de una voluntad pasajera, un día se irá y los daños permanecerán. El camino es la consulta ciudadana. Fijar límites al mandato delegado que imposibilite tocar la parte medular de la Constitución.

Entre tanto, los morenistas imparables van por todo, aunque se hiera gravemente a este México convulso. No les importa. En la ecuación de la revancha guinda, la República es un factor sin valor.

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