Estados Unidos es el dominante del mundo. No hay discusión sobre esto. Su influencia la siente el orbe. Su presencia es omnímoda en lo financiero, académico, tecnológico y militar. Tampoco podemos negar que la vecindad ha sido de vaivenes. Recordar lo que hemos perdido provoca el sentimiento patriótico, pero este se ensombrece ante los beneficios de la colindancia. El intercambio de bienes con la potencia ha posicionado a México dentro de las doce mayores economías mundiales.
Es una extraña relación. Por momentos tirante y fría, pero también de colaboración y crecimiento. En el error de diciembre del 95, el Presidente Clinton salió al rescate firmando una orden ejecutiva con la que dispuso de una enorme línea de crédito para la débil hacienda mexicana. El efecto favorable se sintió y la crisis se superó.
El pasado jueves los virtuales nominados republicano y demócrata, debatieron y ambos salieron derrotados. Los conceptos de Trump no aportan nada nuevo a un escenario en el que el dinamismo del capital construyó una realidad absolutamente diferente a la de hace cuatro años. Sus argumentos son redundantes e incluso anticuados. Por su parte Biden lució desubicado. Exhibido, en condiciones deplorables, se le extravió el hilo y puso en aprietos su candidatura. Lo grave es que cualquiera de ellos será quien dirija a la poderosa nación y México es su primera base.
La encrucijada para Sheinbaum luce compleja. Las opciones son lidiar con la ultraderecha representada por Trump, que por cierto este lunes obtuvo inmunidad de la Corte Suprema, o con un Biden achicado, no solo en su gestión, sino en su salud.
La gobernanza no implica cerrarse a lo doméstico, es la búsqueda del equilibrio de los intereses que convergen en el país, sin duda, siempre son abundantes y variados. De entrada, gravitan las reformas que tendrán impacto en el sistema judicial y consecuentemente en la inversión. En lo geopolítico, si bien no practicamos la beligerancia, la fuerza azteca radica en la producción, de hecho como principal socio de los estadounidenses nos convierte en la gigante industria del continente. En comunicación somos privilegiados, poseemos la ruta obligada a la tierra prometida. Por aquí pasan las mercaderías, pero al igual genera retos descomunales; la migración, el contrabando y el narcotráfico, los centrales. Fenómenos que han sometido notoriamente la capacidad del gobierno fijando maneras violentas de conducción.
La complicación no es residual. Los factores que pueden tener injerencia interna no estarán bajo el control de la mandataria, sino sujetos a elementos externos, concretamente la elección presidencial en la unión americana. Es imposible existir en el aislamiento mucho menos cuando se trabajó por décadas en la integración transfronteriza. Nos unen infinidad de lazos además del dinero, basta pensar en los millones de connacionales que se han ido en busca de mejores entornos. El gran desafío reside en descifrar nuestra agitada agenda a salvo de las variables yankis de noviembre. Sheinbaum y Ebrard lo saben.
Una mala operación hará que la historia se repita y nadie quiere otro negro diciembre. Los bloques regionales claramente rebasan lo comercial; inciden en lo político y social. Ya lo viviremos.