El final luce complicado. En las últimos días las fuertes críticas y acusaciones comienzan a retoñar como cosecha de la afanosa siembra de odio que durante casi seis años hizo el Presidente.
En la columna pasada reflexioné sobre el tamaño de los enemigos que construyó y que ahora se hacen presentes en las redes y medios de comunicación de trascendencia global, a estos hay que sumar en lo interno las recientes entrevistas a los magnates Ricardo Salinas Pliego y Carlos Slim, en las que tomaron posición ante la administración de López Obrador.
Hablaron sobre temas como la violencia, la desigualdad, la militarización de sectores sensibles y la concentración excesiva del poder, precisaron su preocupación por el quebrantamiento de los pesos republicanos, uno a manera de reclamo frontal y otro como testimonio de advertencia, ambos, claramente elevaron el nivel de discurso para plantar un no rotundo a la voluntad única, a la prédica de la polarización, al de condena de la clase media y de satanización de la abundancia.
Lo relevante no se circunscribe a las ideas y conceptos de los empresarios, con los que se podrá estar de acuerdo o no, sino el momento y las circunstancias en que se dan, justo después de las semanas de pesadilla que ha vivido el Ejecutivo. Inició en lo internacional y ahora en lo nacional, las voces se levantan, los principios surgen y ponen cara, se llegó al límite, este país no puede continuar bajo una sola dirección, como si la República fuese propiedad de una persona.
La pretensión de someter a la Corte, la manipulación de jueces en la época de Zaldívar, el ataque al INE y la intención de borrar la representación de las minorías con la desaparición de las plurinominales es una preocupación que ha tocado la atención de fuertes actores del capital que se oponen a la eternización de un sistema fundado en las creencias de un individuo, práctica alejada de la democracia a la que hay que fortalecer y no destruir.
López Obrador trató el disenso con beligerancia, en su ecuación hizo falta agregar la expiración, algún día terminaría su periodo. La rebelión del pensamiento comenzó, ahora, a meses de marcharse, las expresiones son de hartazgo, de cansancio, de desapego con quien desperdició la oportunidad histórica de la verdadera transformación, la anhelada, la de la justicia, honestidad, obediencia a las instituciones y las libertades.
No se trata de liberales o conservadores, de quien tiene o de quien carece, sino de la existencia misma de un ambiente en el que todos debatan, hábito sano para la instrumentación de acciones. La 4T se equivocó, en lugar de haber aquilatado la pluralidad en la que convivan armónicamente las divergencias económicas, culturales y políticas eligió la ruta de la separación teniendo como único destino el distanciamiento que provoca la división en un Estado. Contrario a ello, las comunidades de avanzada se distinguen por el respeto a las diferencias y en la nuestra se inculcó la intolerancia al cuestionamiento y el mal trato por ambicionar, por mejorar, como si la pobreza fuese una virtud y la riqueza una vileza.
Las fuerzas de los lastimados emergen. Quien se va nunca tuvo presente que los políticos tienen una distinción fundamental de quienes no ejercen su actividad y ésta es la caducidad. Ellos se van, como muchos lo hicieron, serán perseguidos, pasarán al olvido o a la burla, pero la sociedad aquí seguirá.
Solo los estadistas trascienden, su visión y su objetivo une, inspiran y luego sus actos son congruentes. No es nuestro caso.