Como un viejo enfermo el planeta comenzó a convulsionarse. La paz no es lo suyo, quizá nunca lo ha sido y prefiere la violencia sádica, esa que no se limita a matar sino a lastimar. Tan solo en el siglo XX se sufrieron dos conflictos mundiales, decenas regionales, además de revoluciones, golpes de estado, provocando cientos de millones de muertos. Las guerras son un infierno y las balas el aderezo que no distinguen condición social, académica, género, edad, en segundos extinguen vidas y de paso sueños.
América Latina no se queda atrás, acá los pleitos son permanentes, los desequilibrios de quien manda imprimen su huella. Aún pervive la negra época de los golpistas de los años 70 y la demencia manifiesta de sus discursos. No se puede olvidar el ‘yo soy la democracia’ de Pinochet, o el régimen militar de Videla, y su monstruosa operación ‘Condor’ para separar a los recién nacidos de sus madres dejando a miles de ellas en lastimoso vacío en medio de una obscuridad absoluta. Regímenes de mano dura que al igual que los emperadores del medievo rigieron al semejante sin miramientos ni compasión, aplastando, socavando al punto de perderlo todo, incluso el miedo.
El ADN de la beligerancia vuelve a surgir, está en la naturaleza, imposible de borrar, menos de ocultar, gustoso de practicar el juego perverso de la agresión, peleando el uno contra el otro hasta asesinarse. En lo que escribo estas líneas Irán anunció que atacará al pueblo israelí y, éste, que responderá para aniquilar a su enemigo. La sinrazón sobrepasa al pensamiento, la noción de armonía es un fantasma que ronda a la distancia temeroso de su exterminio.
El abominable negocio de las armas supera por mucho al legítimo derecho de vivir. Fundado en el indescifrable deseo de crear para eliminar. Hombres y mujeres preparados en las mejores universidades concibiendo artefactos con mayor letalidad a cambio de una riqueza efímera, fingiendo ignorar de que con ello abarataron su dignidad.
Frente a este caos por el poder y avaricia debe sumarse la aparición de los oclocráticos, aquellos que se ostentan como los mesías de las muchedumbres que ‘sin ton ni son’ gobiernan para sí en modernas tiranías heredadas por siniestros del pasado: Díaz-Canel, Maduro, Daniel Ortega, Arce Catacora, Xiomara Castro y Bernardo Arévalo, remedos de la izquierda opresora, indiferente a la reclamada y anhelada libertad. Su origen fue la lucha al dictador, ahora ellos lo son. Los principios capitularon ante las mieles del imperio.
En el vaivén de la indefinición la derecha se hace presente. Ideas de supremacía como las de Bolsonaro o Milei desorientan la integridad y apagan la unificación de sociedades pluriculturales. Señalar y despreciar a los ajenos como escoria bajo el pretexto de un exultante nacionalismo para después agredirlos, es la entrada a la concentración abusiva del mando y la debilitación de las instituciones del que México no escapa.
El nuevo orden tiende a la ocupación de la República con el propósito de su abdicación. Cercenar la estructura para dar cabida a un modelo de conducción en donde las voluntades no tengan mesuras. ¿El Juez se opone? La solución es desaparecerlo sin darse cuenta de que al hacerlo se ganarán la infamia de la historia.
Este mundo de locuras nos pone en constante prueba.
@VRinconSalas