La crisis que aflige a numerosos ayuntamientos del Edomex revela el grado de penetración que sufren las autoridades municipales. Las endebles instituciones locales son presas fáciles de las organizaciones criminales que de pedazo en pedazo se van adueñando de extensas regiones que acumulan a su perverso inventario.

Funestos los efectos que se desatan con el control de las alcaldías. Se trata ni más ni menos de la instancia inmediata a la población. Tocar las órdenes administrativas que proveen los servicios básicos a las comunidades provocan el irremediable sometimiento de los pequeños núcleos urbanos al azote de los ‘jefes de plaza’. Policías, agua, alumbrado, obra, mercados, cementerios, se transforman en medios de influencia para manipular los frágiles cabildos y, a la postre, escalar al Estado.

Luego vienen los frutos podridos, lo estamos viendo, Sinaloa perdido, en los hechos, los poderes desaparecieron. Los últimos meses son el resultado de años de entrega al narco. Mochitecos, culichis o mazatlecos no se imaginaron que la convivencia con los amos del tráfico los llevaría a una guerra sin fin. Desdeñaron el peligro de codearse con delincuentes. Lo mismo pasa en otras latitudes, Guerrero es caso especial. En la costeña entidad se mezclaron diversos factores, fundamentalmente el olvido del centro sumado a la frivolidad del que manda. Llanamente se extraviaron y no hay a quien le importe.

El problema no se circunscribe a la caída de regidurías, sino en la adición permanente e imparable de un mayor número de articulaciones ciudadanas en manos del hampa. Como la humedad, suben a todos los niveles, incluso gobernadores. El señalamiento de que el extinto ejecutivo jalisciense Aristóteles Sandoval Díaz había recibido dinero de la mafia descartó la idea de que solo sucedía con los de abajo y confirmó lo que en los pasillos se afirma, es un monto considerable de funcionarios que se rinden ante el tentadero.

La afectación es capital, la corrosión se descubre casi en cualquier estrato político, desde el gendarme que se supone protege, hasta las cabezas de las provincias. El fenómeno continúa ¿cómo detenerlo si los que tienen la obligación de hacerlo forman parte de él? No se avizora una vía de contención en el corto plazo en una causa en el que el tiempo corre a favor de los malos.

A lo público, roto, sin sentido, se agrega la distorsión generacional. El eje esencial, los jóvenes, nacieron y se desarrollaron en ambientes violentos, es su cotidianeidad, realmente no conocen la paz. Los reclutan, les enseñan a lastimar y siendo inútiles los eliminan. Su pérdida deja un enorme hueco en la cadena del progreso, pocos sobresalen y muchos son los que se hunden, seguro jamás regresan.

El sistema corre grave riesgo, la autocomposición de la destrucción es una ruta lejana, se anhela la brevedad, soluciones rápidas que encarrilen el esfuerzo común y nos distancien de la inevitable quiebra de las estructuras republicanas. El país no está para experimentos. A la vuelta de la esquina enfrentaremos retos colosales y no sabremos superarlos en entornos de desasosiego que parecen ser la piedra angular de la 4T.

@VRinconSalas

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