Comencé a postular en tu recinto en 1990, apenas a dos años de haber egresado de la facultad de leyes. Se decía que tus pasillos eran largos, sin final, alegoría del tiempo que te tomaba resolver los casos.

Ingresar a tu edificio de Pino Suárez significaba un viaje al pasado, los funcionarios lucían viejos trajes. Se oía el fuerte repicar de las máquinas de escribir, tenían que hacerlo para que el carbón marcara la copia, una verdadera artesanía. Los Secretarios serios pero amables, anhelaban escalar. La tradición exigía que los prepararas. Templado el aspirante quedaba bajo tu celosa mirada en permanente escrutinio obligado a no fallarte.

Tus Ministros accesibles atendían los alegatos que les formulábamos. Generosos corregían y orientaban, profesaban vocación de docentes, después daban paso al encuentro de la charla. Cultos, avivaban el inevitable vínculo de amistad que permeaba de por vida.

En febrero del 95, nació la reforma del Presidente Zedillo. Te transformaron. Se tocó todo el sistema judicial. Se introdujeron variaciones a tu conformación y competencia. El elemento distintivo fueron las nuevas atribuciones, de un plumazo te quitaron la inhumana carga de trabajo y te concentraron en lo importante: la resolución de los problemas estructurales del país, de ahí la reducción de 26 a 11 integrantes, en aquellas fechas la mayoría de carrera. Se te hizo una promesa inusual: jamás volverías a ser cementerio de políticos.

Las enmiendas te fortalecieron, aunque en su elaboración tampoco te escucharon, de nuevo te señalaron, denostaron, terminaste siendo la rara de la fiesta. En el trueque, veterana habilidosa, saliste ganando, lograste el acato con pronunciamientos que dieron equilibrio a la República y llegaron las glorias acompañadas del respeto largamente acariciado. Entendimos que no fungías a manera de obstáculo sino, ni más ni menos, como eje del Estado; comprendimos que cuidabas lo que nos une, nuestra Constitución, así resurgiste vigorosa y tomaste la cúspide de la pirámide jurídica nacional.

Al igual que tú también crecí, aprendí que en tu campo de batalla estaba dedicado a las grandes causas y fuiste humana. Te gustaba construir argumentos perfectos, meritorios de la aceptación, dando pie al dicho: ‘ya lo dijo la Corte’.

Pensé que la justicia era un concepto perenne, inmutable. Me equivoqué. Hoy en el Senado no te modificarán, te aniquilarán y se marchitará la prudencia que das a esta débil democracia. Gigantes del derecho se irán a casa. Los perderemos. Guardianes del orden serán sustituidos por acomodaticios del poder. Muchos de los que callan ante el oprobio se frotan las manos, ambicionan ocupar el lugar de los que se van, ignoran que su silencio los inculpa en la devastación de la patria.

Cuando se me persiguió me protegiste. Te debo mi libertad, mi formación, mi prestigio, mi paz, frente a ti solo soy un humilde abogado. Quizá sea momento de colgar mi saco y corbata y olvidarme del sueño romántico de morir en tu Sala ejerciendo mi pasión, el litigio. Sí Pony, no te preocupes, no ocurrirá.

Adiós, Corte.

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