En los temas sociales el debate zanja disyunciones. La confrontación de ideas propicia construcción de acuerdos que supone es la principal característica del quehacer público. Contrario a ese credo milenario encontramos la polarización que conduce a extremos y estos al distanciamiento sin puntos de encuentro. Luego, se agotan los argumentos y se abre camino a la frustración.

En una sola semana el Presidente de la República y el del Senado, en diferentes lugares, fueron objeto de intento de agresiones físicas, con un común denominador, los perpetradores supuestos inconformes con la 4T, expresaron su enojo, aprovechando la laxa seguridad en torno a los funcionarios, por esta vez, sin consecuencias en las personas.

Las acciones muestran la furia de unos por el pragmatismo de otros; revelan el vacío de tesis, no hay intelecto, sino irracionalidad carente de cualquier principio republicano al desconocer el derecho del vencedor frente al derrotado. Plantean su catequesis en la vía de la violencia, igual que en la colonia, ignoran que el fanatismo es la peor ruta, no arregla nada y ahonda las discordias.

Las voces que se escuchan son variadas, desde las que condenan y apuntan a los ‘adversarios’ y los excusan y hablan de un hartazgo escudadas al cobijo del anonimato de las redes. Estas narrativas divergentes vienen a ratificar la diametral separación de posiciones. Tan ulcerado es el discurso de Palacio como el de los opositores, ambos bandos centran sus mensajes en la ira. Estamos lejos de la unidad nacional.

Los hechos no se deben de tolerar, mucho menos justificar. Tienen que investigarse y sancionar severamente a los responsables. La paz en México es frágil, su vulnerabilidad es producto de la ferocidad de grupos criminales que controlan vastas zonas del territorio. El ejemplo inmediato es Sinaloa, más de quince días sumido en enfrentamientos de cara a la autoridad que se limita a ser una simple espectadora que abandonó a la población a su suerte. Las repercusiones se sienten: escuelas y comercios cerrados, empleados ausentes y servicios paralizados, amén de las posibles afectaciones psicológicas que se causan por el estrés de la guerra. En este contexto, pasar por alto atentados a la integridad de los actores políticos nos acerca a la absolutez del caos.

Guste o no, el gobierno que está a horas de concluir es obra de un proceso democrático. Apenas el 2 de junio, su proyecto, se refrendó con un triunfo arrollador, de manera que, tanto el que se va como la que llega lo hacen sustentados en su gigantesca base electoral lo que sugiere que su labor agradó a millones de mexicanos. En la lucha por el mando es comprensible el desplazamiento de intereses; es una rueda de la fortuna, los que eran intocables ahora salieron a las calles a gritar y los que tomaron Reforma actualmente detentan el poder. Convencer por la fuerza es fruto del fracaso dialéctico en donde el pensamiento y civilidad son mera ficción, no existen.

Han transcurrido décadas del malogro histórico de Madero, Obregón y Colosio, que necesidad de revivir periodos aciagos por el acaloramiento de mentes pequeñas. Es momento de reflexión y calma. Los arrebatos engendran el sinsentido y este la descomposición que a nadie conviene.

Abogado.

@VRinconSalas

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