Entonaba el bridge de la melodía, por vigésima vez lo repetía, la perfección era su sello. Entrada la noche aún lo acompañaban sus músicos, la jornada continuaba. El recinto decorado con madera se encontraba iluminado con luces en tonalidades cálidas. Los instrumentos parecían esculturas posadas sobre los tapetes persas que amortiguaban el eco. Del otro lado, el ingeniero de sonido levantó el pulgar derecho, por fin quedó.

Sonrió, sus ojos reflejaban agotamiento. Satisfecho, salió de la sala de grabación y se tumbó en el sillón de cuero justo al costado de la consola de control. Pidió la versión completa. La escuchaba. Su esposa se le unió y se sirvieron un trago, le encantaba el Ballantine’s Finest, lo bebió lentamente. Fijó su mirada en los carretes, las cintas iban y venían maniobradas por el experto. Aguardaban su beneplácito. ‘It’s done’, dijo, y se desataron aplausos. Todos querían ir a casa.

Su asistente dio la instrucción para que alistaran la limusina que los llevaría a su departamento. Se abrigaron, el viento y los nubarrones pronosticaban nevada. En la calle las personas caminaban, hablaban, reían, no los frenaba el clima. Los aparadores mostraban la temporada navideña, elegantes, competían en originalidad. Le fascinaba el ajetreo de Manhattan. El recorrido del estudio a su hogar sería rápido. Había poco tráfico. Ella sugirió parar a cenar, el apetito los consumía, prefirió ver a su hijo, solía leerle historias en la cama, sabía que lo estaría esperando.

Llegaron a la esquina noroeste de Central Park West y la 72, al prestigiado edificio Dakota, su arquitectura Victoriana lo distinguía. El portero conocía el vehículo, se acercó y abrió la portezuela. Ambos descendieron. Ignoraba que era el blanco del perverso rencor. Lo asechaban. Entre las sombras surgió un sujeto, cuando lo tuvo a distancia desenfundó su revólver, sin mediar palabra le disparó, retumbaron cinco detonaciones, los transeúntes espantados huyeron, luego silencio. Cuatro proyectiles impactaron al solista sacudiéndolo. A tropezones subió los peldaños hasta la recepción, suplicaba ayuda, John Lennon estaba mortalmente herido, una bala cargada de odio le despedazó la aorta, el Beatle cayó, se desangraba. Yoko Ono, aterrorizada gritaba, hincada lo abrazó, lloraba, en medio de un enorme charco rojo veía extinguirse la vida de su amado. El verdugo con frialdad se quitó su chamarra y se sentó en el machuelo, el chofer lo desarmó. Demasiado tarde.

A 44 años de su fallecimiento sigue gravitando su figura. Su sacrificio fue un hecho sinrazón. Se trataba de un hombre que dedicó su existencia a crear arte. Con sus interpretaciones marcó un antes y un después en la lucha contra las guerras, la discriminación y a favor de las libertades. Imagine, Don´t let me down, Across the Universe, Woman, influyeron en la humanidad trascendiendo generaciones.

Lennon, Luther King, Mandela, Gandhi, dieron sentido a la convivencia, ahora tan rota en este mundo convulso, violento, ausente de armonía en un ambiente de polarización, a un tris del escalamiento bélico global. Sus voces pregonaban esperanza, hermandad, concordia y fraternidad, no se avizora quien llene el profundo vacío que dejaron sus muertes, sin ellos difícilmente alcanzaremos la paz que nos una.

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