El sábado 30 de mayo, el artista afroamericano Jammie Holmes alquiló cinco avionetas e hizo que volaran sobre cinco ciudades de Estados Unidos, cada una con una pancarta y una frase diferente. En Detroit se leyó “I can’t breathe”; en Los Ángeles “My stomach hurts”; en Miami “Everything hurts”; en Nueva York “They’re going to kill me”; en Dallas, en letras rojas, “My neck hurts”. Todas habían salido en los últimos alientos de George Floyd, en algún momento de los 8 minutos y 46 segundos que estuvo bajo el yugo de la rodilla blanca de un agente policial que lo llevó a la muerte.

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Miércoles, 3 de junio: En una plazoleta camino a la manifestación de la Casa Blanca, a unas seis cuadras de la residencia presidencial, un centenar de personas escuchaban a un joven negro: “Queremos aliados que hagan algo más que postear en Instagram”.

Viernes, 5 de junio: En casa estamos acostumbrados al ruido de las sirenas de ambulancias y policía -ha llegado un punto en el que incluso creo diferenciarlas-, pero no tanto al de los cláxones de los coches. A media tarde los pitidos son ensordecedores y nos acercamos a la ventana para ver qué pasa: decenas de personas están en los laterales de la calle, todos con carteles antirracistas. Ya en la calle, un coche baja las ventanillas y pone, a todo volumen, el “The Times They Are A-Changin’” de Bob Dylan. Después, una iglesia del barrio empieza a tocar las campanas durante 8 minutos y 46 segundos: suenan a la vez el repicar, el silencio de la gente y las rodillas en el suelo. De fondo, a lo lejos, alguien canta “We shall overcome”.

Sábado, 6 de junio: En el inicio de la marcha que iba desde el Senado a la Casa Blanca, la primera pancarta que veo pregunta “¿Cuántos no han sido filmados?”.

Es común que, cada cierto tiempo, los manifestantes reciten los nombres de los afroamericanos muertos por la brutalidad policial. Dicen sus nombres para hacerlos presentes, haciendo valer la máxima de que lo que no se explicita no existe y cae en el olvido. Pienso en cuántos nombres no van a sonar nunca con decenas de miles de voces al unísono, a modo de grito de guerra desafiante.

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La directora afroamericana Ava DuVernay explicó por qué el caso Floyd ha sido la chispa que ha desatado el fuego: “El acto de un negro muerto no es nuevo. Hay algo en la grabación que es inusual, y es que hay un plano muy claro de ambas personas mirando directamente a cámara […] Pude ver la cara del agente blanco, su desdén, su intención, su indiferencia cruel por una vida humana”.

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En las últimas dos semanas, Donald Trump no ha usado la palabra “racismo”. En quince días ha aparecido ante la prensa más de una docena de veces y mandado centenares de tuits (incluso el viernes pasado batió su propio récord); pero nunca ha enfrentado el problema racial, escondido tras un muro de hierro de 2.7 kilómetros de largo que ha convertido la Casa Blanca en un fortín, la versión actualizada del palacio de Nerón mientras veía quemar Roma.

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Hace tres años le preguntaron al escritor y periodista afroamericano Ta-Nehisi Coates si tenía esperanza para Estados Unidos. Su respuesta fue un contundente “no”, resumiendo una de las tesis de su libro We were eight years in power. An American tragedy: que no creía que el país “pueda superar” el racismo.

Ahora, tras las protestas por el caso Floyd y el movimiento que se ha generado, Coates ha cambiado su mirada. “No puedo creer que vaya a decir eso, pero veo esperanza”, comentaba en una entrevista con el periodista Ezra Klein. “Veo progreso ahora mismo, en este momento […] No quiero exagerar esto, pero hay partes significativas de la población que no son negras y que de alguna forma tienen alguna percepción de cómo es este dolor y este sufrimiento”.

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“Los manifestantes que han salido en la última semana parece que son más conscientes del racismo estructural que en el pasado, y están preparados para combatirlo”, comentaba Peniel E. Joseph, historiador y director-fundador del Centro para el estudio de la raza y la democracia de la Universidad de Texas en Austin, en Politico Magazine.

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Algunos carteles vistos en las protestas:

El silencio blanco es violencia

Todos contra el supremacismo blanco

Silencio blanco = muerte negra

Silencio blanco = traición

Aliados blancos: tenemos que hacer más

Este es un problema blanco. Seamos el cambio.

Una chica blanca alza su trozo de cartón, en el que se lee con letras rojas: “George Floyd es el punto de quiebre”.

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Quizá el optimismo de Coates tenga sentido. Quizá Dylan ahora tenga razón y sea verdad que “The Times They Are A-Changin’”.

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