La devastación y la pérdida de vidas que el huracán Otis dejó en Acapulco y en al menos 10 municipios aledaños refleja el desastre que persiste en país por la improvisación e ineficacia del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Todo se ve con una perspectiva de rentabilidad política y no como un ejercicio de gobierno eficaz e incluyente.
El costo de estos vicios ha sido muy alto para el país y en el caso de Acapulco provocaron un desastre humanitario y económico de consecuencias todavía no previstas. Es muy probable que la cifra de 48 fallecidos se incremente, sobre todo en las zonas marginadas en donde la ayuda está llegando a cuenta gotas y entre las personas dedicadas a la pesca que se quedaron cuidando sus embarcaciones, el sustento de sus familias, y quedaron atrapados en las fauces del fenómeno climático inédito que azotó la región.
¿Pero, realmente no se pudo hacer más frente a un riesgo de esta envergadura, como alegan los tres niveles de gobierno? Falso. Pudieron hace mucho más, sobre todo, tuvieron la oportunidad de salvar vidas y fallaron de manera estrepitosa. No se trata de un asunto divino o de suerte, como argumentó el presidente de manera irresponsable, sino de planeación, oportunidad y prevención.
Tuvieron meses de anticipación y horas cruciales para coordinar acciones claves como la difusión oportuna de la llegada del huracán, la instalación de albergues suficientes, el desalojo de zonas de riesgo, almacenaje de alimentos, agua, y combustible; la disposición de plantas de energía eléctrica y hospitales móviles, así como de personal de protección civil disponible en la zona, el diseño previo de una estrategia de seguridad para ofrecer tranquilidad a los desalojados, evitar saqueos y apoyar a los afectados; en fin, todo eso y más pudieron hacer, pero los tres niveles de gobierno y las áreas especializadas del gobierno federal, fallaron en sus respectivas responsabilidades.
La imagen del vehículo en el que se trasladaba el presidente a Acapulco, la mañana posterior al impacto del huracán, atascado en el lodo, refleja de manera nítida la indolencia de cómo se actuó frente al fenómeno natural. Con esa misma actitud actuaron las áreas especializadas del gobierno federal en la prevención de desastres. Ni el Centro Nacional de Prevención de Desastres ni el Sistema Nacional de Protección Civil actuaron de manera oportuna.
Es cierto que Otis encontró condiciones naturales idóneas para escalar del nivel dos al cinco rápidamente, pero, aun así, se sabía que podría darse esta vertiginosa evolución desde que la Coordinación Nacional de Protección Civil dio a conocer, el 4 de mayo, la temporada de lluvias y ciclones tropicales 2023 que inició el 15 de mayo en el Pacífico y el 1º de junio en el Atlántico. (https://smn.conagua.gob.mx/es/ciclones-tropicales/temporada-ciclones-tropicales-2023
Desde entonces la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) ubicó la alerta de Otis en rojo, es decir, que podría alcanzar una categoría de 3, 4 o 5. Pero, además, desde el primer aviso de este organismo de que el huracán podría impactar con lluvias muy fuertes Chiapas, Guerrero y Oaxaca (23 de octubre de 2023 09:30 h); a que alcanzó la categoría 5 frente a las costas de Guerrero (24 de octubre de 2023 22:00 h), las autoridades tuvieron horas cruciales para actuar con eficacia y no lo hicieron. Dejaron a las y los acapulqueños, y a miles de turistas, abandonados a su suerte.