Dicen por ahí que los libros llegan cuando uno los tiene que leer. No sé si sea cierto, pero sé que este último par de años ha sido distinto —y muy difícil— y quizás esto haya cambiado el tipo de libros que leí o escuché, porque ya incursioné en el mundo de los audiolibros.
Stillness is the key (La quietud es la clave, en español) es uno de los mejores libros que he leído recientemente. Su autor, Ryan Holiday, es un joven autor norteamericano, considerado un “estoico moderno”. Más allá de cómo describamos al autor, el libro te invita a pausar. A detenerte. En un mundo en el que el movimiento, la prisa, el estrés están presentes todo el tiempo, la invitación se agradece. Se agradece porque es justo en las pausas cuando uno puede pensar, reflexionar y ver las cosas con una perspectiva distinta a la que se tiene cuando se está corriendo todo el día.
El libro no es nuevo, se publicó en 2019, pero llegó a mis manos en el momento que tenía que llegar. Es más, urge que lo revisite porque estoy segura que leeré un libro distinto al que leí hace varios meses. Holiday, usando referencias de pensadores de todas las épocas, sugiere que la quietud no es propiamente inactividad; es pausar la mente, tomar distancia, entender a su debido tiempo. Al leer el libro recordé una frase que en algún momento dijo Alonso Lujambio: de lo único que me arrepiento es de haber vivido deprisa, cito de memoria. ¿No vivimos todos de prisa? ¿No corremos todo el día? ¿No llenamos nuestras horas de juntas, citas, clases, trabajos o actividades? Quizás habría que detenernos de vez en cuando.
Uno de los libros que escuché a lo largo de varios trayectos largos —y es importante la longitud porque este libro no se puede oír en fragmentos breves— es The Code Breaker (El código de la vida), de Walter Isaacson. Muy en el estilo de Isaacson esta es la biografía compleja de Jennifer Doudna, bioquímica estadounidense, quien ganó, junto con su colega Emmanuelle Charpentier el Premio Nobel en 2020.
Pero este libro no es solo la biografía de Doudna, es también un recordatorio de que impulsar la curiosidad en los niños es la mejor forma de desarrollar el talento. No es un libro de género, pero sí narra cómo los mismos maestros y maestras de Doudna le dijeron en mil ocasiones que las niñas no se dedican a la ciencia y cómo colegas científicos hombres tomaban “prestadas” sus ideas, sin citarla obviamente, y tenían mayor eco en la comunidad científica que cuando ella las presentaba.
Es un libro que describe, sin edulcorantes, la complejidad del trabajo colaborativo en el que para hacer descubrimientos como los de Doudna hay que ir entendiendo y replicando cientos de trabajos previos dando los créditos correspondientes; sin contar el grado de complejidad adicional que implica el registro de patentes y la posibilidad real de trabajar con estas limitantes. Pero es, sobre todo, un libro que cuenta apasionadamente el potencial de la edición genética, con las grandes ventajas que conlleva al tratar enfermedades con RNA mensajero —como las vacunas de ModeRNA y Pfizer para atender el covid—, pero también los cuestionamientos morales y éticos de alterar la realidad humana. No es ciencia ficción, es ciencia, aunque a veces nos remita a Gattaca.
Aprovechemos estos días para pausar. Nos hace falta. Mis mejores deseos para el año que empieza.
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