La inflación es quizás la variable económica que todos entendemos, más allá de su definición, porque la vivimos cada vez que pagamos el supermercado, el recibo de luz o el tanque de gas. El incremento en los precios de los bienes y servicios que consumimos va deteriorando el poder de compra de nuestros ingresos, porque usualmente éstos no aumentan al mismo ritmo ni momento.
Los bancos centrales tienen como objetivo –no necesariamente el único– mantener el poder adquisitivo de sus monedas, por lo que se plantean un objetivo de inflación. En el caso de México, este es de 3% aceptando un rango de variabilidad de +/- 1%, es decir, un rango entre 2% y 4%. La semana pasada se publicó la inflación de la primera quincena de julio y, una vez más, se encontró fuera del rango objetivo de Banco de México. Desde la primera quincena de marzo la inflación ha estado por arriba de 4%. El 5.75% de incremento anual en los precios correspondiente a los primeros 15 días de julio marcó la novena quincena fuera de rango.
La pandemia provocó choques de demanda mayores a los de oferta el año pasado por lo que las lecturas de inflación durante prácticamente todo 2020 –con la excepción de cuatro quincenas– estuvieron por debajo de 4%. Esa base de comparación relativamente baja ocasionaría una inflación mayor una vez que se regresara a cierta normalidad. Cuando empezamos a observar inflaciones más altas a principios de marzo, el comentario usual de los analistas y funcionarios radicaba justo en esta base de comparación. Pero con el tiempo hemos visto que el fenómeno inflacionario de estos meses se vislumbra más complicado.
Muchos factores están coincidiendo. La rápida recuperación económica de Estados Unidos y de China ha incrementado la demanda de materias primas, incluyendo los energéticos, lo que ha presionado al alza el precio del petróleo, del gas LP y de las gasolinas. México, al ser una economía abierta y altamente vinculada con la norteamericana, captura también el incremento en esos precios.
Por otro lado, hay una escasez en el mercado de semiconductores que ha detenido cadenas de suministro y frenado la actividad del sector automotriz. Ford, General Motors y Fiat Chrysler (ahora Stellantis) se han visto forzadas a cerrar plantas de forma temporal. Pero no solo las automotrices usan semiconductores, también quienes fabrican videojuegos, computadoras y dispositivos “inteligentes”. La pandemia ocasionó incrementos importantes en la demanda de semiconductores al tiempo que la gente compraba más dispositivos, más sofisticados (de acuerdo con Canalys, la venta de computadoras personales se incrementó 11% el año pasado), pero la oferta se ha mantenido relativamente estancada. 80% de la producción de semiconductores está en Asia, particularmente en Corea del Sur y Taiwán, y crear nuevas líneas de producción toma entre ocho y diez meses.
La inflación es el impuesto más regresivo que existe. La población en los deciles más bajos de ingreso dedica una mayor fracción de éste al consumo y no tiene acceso a mecanismos financieros para protegerse de la pérdida de poder adquisitivo.
Para ser un fenómeno transitorio, cuatro meses y medio con inflación por arriba del rango de Banxico la hacen parecer bastante duradera.