En mucho contribuye la política económica para la construcción del potencial de crecimiento de un país. Las facilidades que se dan para el establecimiento de negocios, el impulso al emprendimiento, el respeto a las reglas del juego son elementos en ese conjunto de factores que inciden sobre el llamado clima de inversión de una economía. Es fundamental, también, contar con una infraestructura que soporte el desarrollo. Tener vías de comunicación modernas y seguras que permitan la conectividad y el transporte de personas y mercancías, contar con la energía necesaria para poder satisfacer la demanda creciente y por supuesto, forjar capital humano que pueda adaptarse a los cambios que el paso del tiempo exija son condiciones necesarias para poder crecer.
Pero eso es en el largo plazo, en el mejor de los casos, en el mediano. La construcción de ese andamiaje estructural es lo que les permite a las economías planear su desarrollo y no solo su crecimiento. En el corto plazo, el cambio en la actividad económica se debe más a etapas específicas del ciclo económico en el que nos encontremos.
A principios de este año, México finalmente logró recuperar la actividad económica que se tenía en 2018, que se contrajo en 2019 y posteriormente en 2020 debido a la pandemia. La producción del país ha sido impulsada por el crecimiento de la economía de Estados Unidos que no ha visto aún la llegada de una recesión ampliamente anunciada.
La economía mexicana crecerá este año por arriba de 3%, una cifra que debería de ser habitual para una economía emergente como la mexicana, pero que dadas las expectativas de crecimiento al inicio de este año suena profundamente alentadora.
¿Significa esto que todo marcha bien en la economía mexicana? No lo creo. Sí, será un buen año en materia económica y probablemente el año que viene también. Pero las razones tras este crecimiento serán más bien coyunturales: los beneficios que México tendrá a raíz del conflicto entre China y Estados Unidos, la política fiscal de nuestro principal socio comercial, la recuperación del consumo post pandemia y la reactivación de la inversión que había estado detenida contribuirán al empuje de este año. Sin embargo, las bases para un crecimiento sostenido en el mediano plazo no están ahí.
El ciclo electoral coincidirá con un momento de buenas cifras económicas y eso convendrá al partido incumbente. Los buenos números recientes —de crecimiento, empleo, inversión— darán un discurso poderoso al partido en el poder y en cierta medida desarmarán al partido opositor en ese tema. De nuevo, no es porque todo esté bien en materia económica, sino porque aparentemente lo está.
La candidata de la oposición tendrá que entender que ese no podrá ser el eje de su campaña. No me imagino un evento proselitista de ningún candidato o candidata en el que en un acto masivo este se ponga a hablar de la importancia de construir las bases para un mayor crecimiento sostenido del PIB potencial.
Sí hay, sin embargo, un tema que une a todos: la seguridad. Más bien, la inseguridad. La presencia del crimen organizado en todo el país, la toma de la actividad económica “normal” controlada en varios estados por la delincuencia, la preocupación por el transporte de personas y de mercancías.
La inseguridad se ha convertido en el hilo conductor de todas las conversaciones, es ya el eje transversal que toca todos los ámbitos y todos los rincones de este país. Debería de ser, también, el eje de las campañas.
@ValeriaMoy