Los datos todavía no están listos, pero todo parece indicar que México habrá crecido en 2023 por arriba del 3%. Ese crecimiento, relativamente bueno, aunado a otros indicadores como las ganancias en nuestra pequeña bolsa de valores, las utilidades de las grandes empresas que no cotizan públicamente e incluso el tipo de cambio fuerte (que para muchos no es una buena noticia, en particular el sector exportador) hacen que se olvide que México es una economía emergente que no solo debería estar creciendo de forma sostenida por arriba del mencionado porcentaje, sino también poniendo las bases para un crecimiento de mediano y largo plazos.
El crecimiento de 2023 se habrá debido en gran medida a la recesión que no llegó a Estados Unidos, pero si México quiere crecer hacia adelante con un mercado interno sólido —que no deba su robustez a las remesas, a las transferencias gubernamentales y al crimen organizado— debería de invertir en infraestructura productiva.
La cancelación del que hubiera sido el aeropuerto de Texcoco es un ejemplo de una de esas oportunidades que decidimos destruir, y si bien ese es un caso emblemático no es, ni de cerca, el único. Hoy se habla de la oportunidad del nearshoring y de las inversiones que el fenómeno podrá atraer, pero se habla menos de lo que habría que hacer para poder aprovecharlo al máximo.
Estas semanas han vuelto a poner en evidencia, aunque la narrativa presidencial nos distraiga día con día, la oportunidad que tiene México en materia comercial. El intercambio global entre noviembre y diciembre cayó 1.3% por los ataques de los hutíes a los buques cargueros en el Mar Rojo. Los productos —que en muchos casos son bienes intermedios— no llegan a su destino en las fechas estimadas y algunas compañías han optado por rutas más largas, rodeando el Cabo de Buena Esperanza, para evitar el riesgo de que sus tripulaciones sean tomadas como rehenes y su mercancía robada.
Los retrasos en las cadenas de suministro y las rutas más largas inciden en mayores precios, como fue evidente la semana pasada con el repunte en el precio del petróleo debido precisamente a la escalada de violencia en la zona y a un mayor riesgo geopolítico.
Pero no es solo el comercio en el Mar Rojo el que se ha visto afectado. El tránsito de bienes a través del Canal de Panamá también está pasando un momento difícil. La sequía que trajo el fenómeno de El Niño ha hecho que la profundidad de ciertos tramos del canal sea intransitable para algunos cargueros. Por el Canal de Panamá pasa cerca de 5% del comercio global y cualquier disrupción en su tránsito incidirá en toda la cadena de valor. Algunos buques han tenido que sustituir fragmentos de la ruta habitual con vías ferroviarias, lo que implica mayores retos logísticos y mayores costos.
Desde luego, esas rutas no están necesariamente relacionadas con el comercio que pasa por México, pero no tengo duda de que, si se ofrecieran mejores condiciones de infraestructura, el país podría capturar una fracción mayor de la producción global. México necesita más y mejores aeropuertos, puertos, carreteras, acceso a energía, entre otras cosas como desarrollo de capital humano y estado de derecho.
México tiene un potencial muy grande, pero no las condiciones para aprovecharlo.