Hay muchos temas que podría abordar en estas líneas: el incremento de la pobreza; el cambio en el acceso en los servicios de salud y su impacto desproporcional en las mujeres; la ausencia escandalosa de la secretaria de Educación en un momento crítico para los niños y jóvenes del país; las medidas equivocadas para corregir los problemas en el mercado del gas LP; entre otros. Sin embargo, considero que la información que nos da la Encuesta Nacional de Ingreso Gasto de los Hogares de 2020 ameritan, en esta ocasión, hablar sobre cómo gastamos los mexicanos.
En promedio, los mexicanos ingresan 17 mil 933 pesos al mes, ya considerando los recursos recibidos mediante transferencias, remesas y participaciones financieras. De esos casi 18 mil pesos, se gastan, al mes, 15 mil 799, 88% del ingreso, lo que deja un margen relativamente pequeño para ahorro. 83% de los gastos son erogaciones recurrentes —alimento, vestido, salud— y la diferencia se dedica a pagar intereses. El pago de compromisos financieros pasó de representar 14% de los gastos en la ENIGH previa, a 17% en esta.
El gasto corriente, en consecuencia, disminuyó su participación prácticamente en todos los rubros.
Los recursos que las familias mexicanas dedican a alimentos disminuyeron 5.9% entre ambas mediciones, los dedicados a transporte y comunicaciones bajaron 18.9%, educación y esparcimiento 44.8%. A estas alturas, a nadie sorprende ya que el gasto en salud se haya incrementado 40.5%. Y aunque a nadie sorprenda, no es un dato menor. La cifra pone en evidencia la ineficacia de los servicios públicos de salud. Representó 2.4% del gasto total que hacen las familias. Estas erogaciones son regresivas. Los estratos de menores ingresos gastaron, como porcentaje de su gasto total, más en salud que lo que lo hicieron los estratos de más ingresos, 4.4% y 3% respectivamente.
El gasto corriente monetario disminuyó de manera importante entre 2018 y 2020, pasó de 11 mil 443 pesos a 9 mil 970, capturando el impacto del choque de ingresos durante la pandemia y mostrando que ni las remesas récord recibidas el año pasado ni las transferencias fueron capaces de paliar los efectos de la caída en los ingresos. Disminuyó también el monto que los hogares destinan para pagar las tarjetas de crédito. En 2018, se destinó 2.1% del gasto total. Esa proporción bajó a 1.6%. El gasto en educación pasó de representar 5.8% del gasto total a ser 3.3% en la lectura de 2020.
Con los datos de la ENIGH, el Coneval calculó ya las cifras más recientes de pobreza multidimensional —que merecen un análisis por separado— pero hay que decir que la disminución en la cobertura de ciertas carencias sociales, en particular, en la población que carece de acceso a los servicios de salud (de calidad, mejor ni hablemos, ese es otro tema alarmante), ha llevado a que las familias mexicanas busquen cubrir esta carencia pagándola de su bolsillo. En 2018, 16.2% de la población manifestó no tener acceso a servicios de salud. En la ENIGH más reciente, ese porcentaje subió a 28.2%. Eso explica, en parte, el incremento en el gasto en salud capturado por la ENIGH.
No hubo apoyo monetario ni sanitario por la pandemia. El choque en los ingresos y los gastos fue brutal. Los datos ahí están. Quien no los vea es porque no los quiere ver.