A diferencia de lo observado el año pasado, las expectativas de crecimiento para México se han ido ajustando a la baja conforme avanza 2024. La desaceleración económica ya es clara. Además, las perspectivas inflacionarias para el año han ido aumentando paulatinamente. Las cifras de inflación que presentó el Inegi la semana pasada son una muestra más de un escenario que ha dejado de ser tan favorable como el de 2023.

Los precios aumentaron durante junio 0.38% en su comparación mensual. El aumento fue mayor al consenso que existía en el mercado y si bien el incremento se debió en gran medida al comportamiento de los precios del rubro de frutas y verduras, no es el único que llama la atención.

La inflación anual, es decir, los precios de junio de este año comparados con los del mismo mes del año anterior, fue 4.98%, prácticamente dos puntos arriba de la meta del banco central y el cuarto mes consecutivo mostrando aumentos anuales. El aumento mensual en los precios de las frutas y verduras fue 3.27%, mayor a la del mismo mes de 2022 y 2023 y casi alcanzó 20% en la comparación anual.

Destaca, desde luego, el comportamiento de los precios de estos bienes y habría que analizar las razones. Es difícil saber cuánto de ese incremento responde a temas climáticos o una mala gestión del agua, cuánto se debe a ineficiencia en ciertos procesos productivos y falta de competencia y cuánto corresponde a prácticas criminales como extorsión. A nadie sorprende ya saber que del precio que se paga por cada kilo de aguacate o de limón, entre otros, algunos pesos se deban al control que el crimen organizado tiene sobre los mercados de estos productos.

Dentro del componente no subyacente de la inflación —ese subconjunto más afectado por factores estacionales y de bienes y servicios cuyos precios son determinados por el gobierno— es el de los bienes agropecuarios el más notorio. Pero no es el único que tuvo un incremento importante, también los energéticos se volvieron más caros y su incidencia no es menor en las canastas de consumo de los mexicanos. Este componente —el no subyacente sobre el que Banco de México tiene poco qué hacer— subió 7.67%.

La inflación subyacente —cuyos precios tienen un comportamiento que podríamos suponer que responde más a condiciones de mercado— aumentó anualmente 4.13%. El rubro de “alimentos, bebidas y tabaco” subió 4.22%. La canasta alimenticia cada vez es más cara.

Los servicios siguen subiendo de precio, en junio el incremento fue 5.15%. Aquí se incluye vivienda, educación, loncherías, restaurantes, entre muchos otros. Es en este rubro donde posiblemente observemos cambios más relacionados con la demanda que con la oferta y, por ende, donde el banco central podría tener más incidencia.

Las minutas de la más reciente reunión de Banco de México muestran diferentes opiniones dentro de su Junta de Gobierno. Algunos miembros señalan que el comportamiento de los precios no permite seguir bajando tasas de interés por el momento, pero otros consideran que el ciclo de bajada debe continuar.

Quedan cuatro reuniones de política monetaria y el ritmo de ajuste en tasas no ha podido ser tan rápido como se hubiera deseado, más aún cuando la desaceleración económica ya es evidente. Mientras la inflación no ceda, el trabajo de Banco de México se vuelve no solo más complicado, sino más relevante.

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