El año pasado, más o menos por estas fechas, la Secretaría de Hacienda estimó que la economía mexicana crecería este año —2023— 3%. En ese momento no había nada que indicara un crecimiento de esa magnitud y en la conversación prevalecía el temor sobre una recesión relativamente pronto en Estados Unidos. A inicios de este año, algunas instituciones financieras estimaban incrementos que apenas alcanzarían el medio punto punto porcentual; ante esas cifras la expectativa de Hacienda parecía francamente inalcanzable.
Empieza ya la última parte del año y todo parece indicar que el 3% se quedará corto. La Secretaría de Hacienda no es ya quien tiene la expectativa más alta para 2023. La recesión en el país vecino parece que no llegará y se quedará en una desaceleración.
Ayer se publicaron las cifras de inversión fija bruta correspondientes a junio. Los datos, por segundo mes consecutivo, mostraron un crecimiento llamativo.
En junio la inversión creció 3.1% frente a mayo y 28.6% en su comparación anual. El crecimiento estuvo impulsado principalmente por un aumento de 8.2% en la construcción no residencial, así como aumentos en la inversión en maquinaria y equipo. La inversión, desde mi perspectiva, es el mejor indicador de confianza en una economía, pues refleja la conducta —no los dichos— de quienes ponen sus recursos a trabajar en el país.
Las cifras de este año han sido muy positivas, lo que ha permitido regresar finalmente a la producción que se tenía antes de la pandemia e incluso en 2018, antes de la contracción económica de 2019. 2023 será un buen año en materia económica. Sin embargo, no podemos pensar que las cifras de crecimiento son o han sido extraordinarias en los años recientes.
El PIB del segundo trimestre creció casi 3.6% en su comparación anual, pero si comparamos la producción del trimestre mencionado con el del último de 2018, al inicio de la administración actual, el crecimiento ha sido únicamente de 2.2%. En caso de materializarse las expectativas de crecimiento más actualizadas, el crecimiento económico de este sexenio sería relativamente bajo comparado con el de otras administraciones.
Empieza ya la época en la que la política dominará la conversación. Las candidatas —muy probablemente— tendrán que pensar en algo más innovador. Ya no solo hablar de crecimiento económico, o del seis o siete por ciento anual que nos prometerán. Habrá que hablar de innovación, de educación, de esquemas distintos de seguridad social, de la viabilidad fiscal en una población que envejece. ¿Tendrá la sociedad que conformarse con las empresas tradicionales o habrá algo que permita e incentive —fiscalmente— empresas distintas, con conciencia social o al menos medioambiental?
México parece a veces enfrascado en discusiones del siglo pasado. ¿Serán las candidatas, muy probablemente mujeres, capaces de cambiar y elevar la discusión? Pronto veremos si podemos ajustar nuestras expectativas.