El sistema financiero internacional lleva dos semanas moviéndose en aguas revueltas. La alerta se levantó el 8 de marzo cuando Silicon Valley Bank, un banco norteamericano de nicho, regional, enfrentó una corrida bancaria, la más rápida en la historia reciente, que lo llevó a la quiebra. Días después de Silicon Valley Bank, un banco en la otra costa del país, Signature Bank , también quebró. Algunas horas más tarde, un banco con más de 150 años de historia financiera en Suiza, Credit Suisse, empezó a hacer agua poniendo a temblar a las bolsas europeas.
El negocio bancario –en una simplificación quizás extrema– consiste en captar ahorro del público, de todos, y prestarlo a quienes necesitan recursos para consumo o para proyectos de inversión. Más allá de las utilidades que obtengan por la diferencia entre la tasa de interés que pagan y la que cobran, los bancos tienen que mantener en todo momento la confianza de quienes ahí depositan su dinero. Si todos los ahorradores acuden por sus depósitos al mismo tiempo el banco simplemente no lo tendrá. Eso fue, grosso modo, lo que ocurrió con SVB. Ante un mal manejo del riesgo de las inversiones del propio banco, éste no pudo responderles a sus depositantes y se vio obligado a liquidar posiciones de activos de largo plazo asumiendo pérdidas que lo llevaron a la quiebra.
En un principio se habló de que, al ser un banco de nicho, relativamente pequeño, no habría riesgo sistémico, es decir, no habría un efecto dominó que pudiera afectar a otros bancos y, por ende, a más clientes. El presidente de Estados Unidos intentó calmar a los mercados en su mensaje, aunque estos tuvieron pérdidas fuertes al inicio de la semana pasada. Después vinieron más bancos con problemas, problemas distintos, pero que movieron más las aguas.
¿Qué más habrá en los balances de los bancos? ¿Cuántos más enfrentarán problemas similares? ¿Hubo problemas regulatorios o fue mal manejo del riesgo por parte de los bancos? No sobra recordar que, durante muchos años, posteriores a la crisis financiera de 2008 y 2009 las tasas de interés estuvieron en niveles cercanos a cero y, después de un ligero repunte entre 2018 y 2019, regresaron a niveles muy bajos por la inyección de liquidez de la Reserva Federal para hacerle frente a la crisis de la pandemia. Puede ser que años de dinero barato hayan distorsionado la forma de administrar los riesgos financieros.
En ese entorno revuelto, tuvo lugar en Mérida la Convención Bancaria . Hubiera esperado por parte de los reguladores más información sobre la situación del sistema financiero mexicano. Dar información sobre los niveles de capitalización, riesgo sistémico, trayectoria de tasas e inflación hubiera sido deseable, pero el tema se tocó únicamente de manera superficial. La gobernadora del Banco de México fue la única que lo mencionó directamente. En sus palabras: “El sistema bancario mexicano se encuentra bien capitalizado y con niveles adecuados de liquidez. En ambos casos con holgura sobre los mínimos regulatorios”.
La incertidumbre es mala consejera, por eso, hubiera sido importante tener más información sobre las perspectivas de tasas, de morosidad, de cartera y aprovechar a los banqueros ahí reunidos para hablar del tema más importante en su propia agenda. Pero no fue así. Se optó por el silencio y lo superficial en medio de un momento crítico para la estabilidad financiera.
@ValeriaMoy
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