Por: Laura Pedraza Pinto
Coordinadora de Vinculación e Incidencia
Centro de Estudios Críticos de Género y Feminismos
Universidad Iberoamericana Ciudad de México
En México, la Red Nacional de Refugios (RNR) informa que más de 24,000 mujeres y sus hijos e hijas han tenido que acudir a refugios debido a la violencia machista en sus entornos familiares. El colectivo Transcontingenta reporta al menos 57 mujeres trans asesinadas en el país en los primeros diez meses de 2024, mientras que en Colombia, según el Observatorio de Feminicidio, se han perpetrado 671 feminicidios hasta octubre de este año. En Bolivia, un hombre asesino a una mujer con reiteradas puñaladas en su salon de clases. En Francia, Gisèle Pelicot fue víctima de violación y sumisión química por más de 50 hombres, con la complicidad de su pareja. Estos datos representan una realidad escalofriante que enfrentan las mujeres en el mundo, subrayando la urgencia de una reflexión profunda sobre la violencia de género.
La violencia que sufren las mujeres no es un fenómeno aislado; es el resultado de una estructura patriarcal profundamente arraigada que busca controlarlas, someterlas, despojarlas de su autonomía y perpetuar su subordinación en todos los ámbitos de la vida. Las estadísticas nos confrontan con una verdad innegable: cada día, miles de mujeres son víctimas de abusos y agresiones que incluso pueden terminar con sus vidas. A pesar de los esfuerzos para reducir estas violencias, muchas siguen quedando impunes, lo que refleja una serie de dinámicas de encubrimiento, como la cultura del silencio, que deben ser desmanteladas; este proceso debe comenzar por cuestionar comportamientos y actitudes que refuerzan estereotipos de género y fortalecen relaciones de poder dañinas. La complicidad social es, en muchos casos, tan perjudicial como la violencia misma, por ello es esencial fomentar un diálogo abierto que permita a las víctimas compartir sus experiencias sin miedo a ser juzgadas o revictimizadas, como señala Gisèle Pelicot, “la vergüenza es para ellos”, enfatizando que el estigma no debe recaer en quienes han sufrido, sino en quienes perpetran la violencia.
A medida que se aproxima el 25 de noviembre, el Día Internacional de Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, nos encontramos ante una oportunidad no solo de reflexión, sino también de acción. Es imperativo que los gobiernos no solo implementen leyes y políticas públicas que protejan a las mujeres, sino que también se aseguren de que se cumplan efectivamente. La falta de justicia y la impunidad son cómplices de la violencia, por lo que es vital exigir rendición de cuentas a las autoridades y promover un sistema judicial sensible al género que incluya mencanismos para la verdad y la reparación a las víctimas. De igual forma, las asociaciones civiles y la academia juegan un papel fundamental al impulsar investigaciones, generar conocimiento crítico y promover iniciativas de incidencia social para fomentar una cultura de igualdad y respeto desde edades tempranas y en diversos frentes sociales.
Finalmente, es importante resaltar que las mujeres han encontrado formas de organizarse, apoyarse mutuamente y luchar por sus derechos en contextos donde el Estado a menudo falla en protegerlas. El 25 de noviembre también debe ser un espacio para celebrar los avances logrados y visibilizar a aquellas que luchan por sus derechos: las madres buscadoras, las activistas que defienden el derecho a decidir sobre sus cuerpos y todas aquellas que claman por justicia son el reflejo de la capacidad de transformar el dolor en acción, la indignación en fuerza y la resistencia en cambio.
¡Vivas y en dignidad nos queremos!