Por Eugenia Legorreta
Interculturalidad es una palabra que adquiere muchos significados, dependiendo en buena medida de quién la utilice. Puede abarcar desde el simple encuentro entre culturas, visto desde una perspectiva superficial, hasta el cuestionamiento profundo de las estructuras racistas y discriminatorias, mediante un enfoque intercultural crítico y decolonial.
En un país como el nuestro, en el que existen múltiples culturas, no basta con propiciar el encuentro entre ellas. Es necesario, al menos, intentar comprender las diversas lógicas y modos de ver la vida de las personas que pertenecen a culturas distintas. En este sentido, no podemos asumir que el hecho de que todos seamos mexicanos sirva como un aglutinador suficiente. La cultura urbana, occidentalizada y hegemónica (aunque en su interior existan diversas subculturas o grupos urbanos) sigue siendo la que dicta las normas e impone lo que se considera correcto o incorrecto para las demás.
El intelectual mexicano Gustavo Esteva afirmaba que la cultura es inconmensurable, por lo que nunca puede comprenderse en su totalidad a menos que se pertenezca a ella. Esta idea nos ayuda a comprender por qué las relaciones interculturales horizontales son tan difíciles de lograr. Es importante no perder de vista las dinámicas de poder que atraviesan las interacciones entre culturas.
Las diversas culturas indígenas que habitan este país poseen lógicas y modos de imaginar y comprender la vida muy diferentes a de las de la cultura hegemónica. Sin entrar en la discusión de si son mejores o peores, lo importante es reconocer que son distintas.
Las diferencias en las formas de entender la vida y establecer prioridades entre quienes conformamos la cultura dominante y las personas de los pueblos indígenas son notables. Algunos ejemplos incluyen la manera de relacionarse con la naturaleza, de organizar el trabajo común (tequio, mano vuelta, faena, etc.), o las formas de construir relaciones cotidianas, que incluso involucran cómo se saludan, cómo se manejan los silencios y lo que estos significan, así como los recursos destinados a la celebración de la fiesta.
¿Cómo podemos comprender el actuar de personas que entienden la vida desde una perspectiva tan diferente a la nuestra, quienes formamos parte de una cultura urbana y occidental, en la que el individuo ocupa el centro, y en la que los valores principales son el conocimiento científico, los derechos humanos, la propiedad privada, la acumulación y la competencia, entre otros?
Para las personas que pertenecen a culturas de pueblos originarios, los principales valores son la colectividad, la espiritualidad, la reciprocidad y el cuidado de la madre tierra y del territorio. Las decisiones sobre lo que es importante se toman en función de estos valores.
Para que existan relaciones interculturales verdaderamente significativas, es necesario tener en cuenta estas diferencias en la forma de pensar, comprender y valorar el mundo. En la vida cotidiana, esto se vuelve complejo: ¿por qué una persona de una comunidad indígena prioriza el futuro de su comunidad y su territorio? ¿Por qué el éxito individual no es tan relevante como relevante como en los entornos urbanos? ¿Por qué se invierte tanto en la organización de la fiesta? La manera en la que entendemos el mundo nos lleva a actuar de formas que pueden ser incomprensibles, incluso ilógicas, para personas de otras culturas. Se requieren diálogos profundos para aproximarse a un entendimiento mutuo. Es imperativo dejar de lado los juicios y, evidentemente, también las relaciones de poder de una cultura sobre otra.
Programa de Interculturalidad y Asuntos Indígenas