Desde el inicio de mi último texto Los filósofos en la era tecnológica, Los pitagóricos de hoy, una de sus directrices ha sido el conocimiento de los filósofos, la manera en que ha sido transmitido y su legado. Al respecto, se ha encontrado un problema en la forma de transmisión y, como aconteció con Pitágoras y Sócrates, que no dejaron obras escritas, hemos tenido su testimonio a través de sus discípulos. Se ha mencionado en varias ocasiones que el conocimiento se transmitía principalmente de manera oral, hasta que Platón y Aristóteles, primordialmente, comenzaron a escribir sus múltiples obras, a las cuales hoy tenemos acceso, y constituyen un legado inmensurable y de incalculable valor intelectual.
El conocimiento siempre ha sido un fiel y misterioso acompañante de la vida del hombre. Algunos lo interpretan como poder, así reza el aforismo de Francis Bacon; los poderosos siempre han querido atesorar conocimiento o estar muy cerca de un personaje con gran conocimiento, como el propio Alejandro Magno al tener como su maestro a la biblioteca viviente: Aristóteles.
Cada lector podrá tener su filosofo predilecto, si fueras un potentado o un rey de la Antigüedad podrías elegir a Pitágoras, Sócrates, Platón o Aristóteles como maestro o mentor, o integrar un ramillete de ellos y de sus obras.
Silvia Vaidhyanathan señala que la cuestión del acceso al conocimiento es central para las perspectivas de expansión de la esfera pública, y por tanto en oposición al reclamo de los poderosos de la totalidad de los instrumentos de poder. Asimismo, explica que una gran parte del saber humano se encuentra en los libros, al tiempo que se pregunta cómo podríamos preservar y a la vez extenderlo, cómo se podría someter a juicio su utilidad y lo que en ellos se difunde y de qué manera podrían tener acceso la mayoría de las personas a los mejores conocimientos para argumentar que Google nos ofrece una respuesta a estos cuestionamientos y que nosotros debemos decidir si es satisfactoria.
Se ha señalado que los libros han sido una joya muy codiciada de los poderosos o potentados, e incluso de los multimillonarios, entre los cuales se encuentran varios de los principales líderes tecnológicos de la actualidad; Bill Gates adquirió para su colección personal el Códice Leicester, uno de los más importantes manuscritos de Leonardo Da Vinci.
No podría dejar de citar a la exitosa autora Irene Vallejo en su obra majestuosa “El Infinito en un Junco”, ilustra la importancia del libro de la siguiente manera: “Ni el saber ni la literatura completa caben en una sola mente, pero, gracias a los libros, cada uno de nosotros encuentra las puertas abiertas a todos los relatos y todos los conocimientos. Podemos pensar, como vaticinaba Sócrates, que nos hemos vuelto un puñado de engreídos ignorantes. O que, gracias a las letras formamos parte del cerebro más grande y más inteligente que ha existido nunca. Borges, que pertenecía al grupo de los que piensan de la segunda manera, escribió: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.
Algunos de los actuales genios tecnológicos, como buenos monarcas, quieren atesorar el conocimiento pretendiendo tener una biblioteca más grande que la de Alejandría o la del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, tal como sucede con el coloso Google, que lo ha hecho a través de Google Book Search, o el gigante Amazon. Así es que cada uno de nosotros seremos el monarca de nuestro conocimiento.
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@UlrichRichterM