La Gran Tenochtitlán se viste de gala para conmemorar el 45 aniversario del descubrimiento de la Coyolxauhqui. Es un monolito de la deidad lunar cuyo peso es de ocho toneladas.

Así, se descubría uno de los secretos de la Gran Tenochtitlán, mismo que su hallazgo se remonta al 21 de febrero de 1978, cuando trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro realizaban entre las calles de Guatemala y Argentina, una instalación de un depósito de transformadores, que darían energía eléctrica a un sector del centro de la gran urbe.

De inmediato los trabajadores dieron aviso del gran descubrimiento del monolito. Fue Mario Alberto Espejel quien al golpear el suelo con la pala, notó el relieve, al percatarse la limpió y dio aviso al INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia), llegando el arqueólogo Raúl Arena Álvarez, quien acudió a verificar el hallazgo majestuoso.

Al cumplirse el pasado martes un aniversario más, a partir del miércoles 22 de este mes, se abrió una interesante exposición en el Museo del Templo Mayor, donde se exhibirá el conjunto de ofrendas de piedras, cerámica, huesos, copal y restos óseos humanos que fueron hallados junto con el monolito.

La diosa lunar esculpida en el monolito de ocho toneladas proviene de un universo nocturno, que se despliega ante el espectador en el Museo del Templo Mayor y muestra sus asociaciones con la feminidad, la fertilidad, lo acuático y la oscuridad: un mundo pretérito, previo al mundo contemporáneo, destaca en entrevista Patricia Ledesma, directora del recinto que alberga la muestra y curadora también de la misma, junto al arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma y Judith Alva Sánchez.

Ledesma se refiere al mito mexica según el cual Coatlicue, deidad de la Tierra, barría en el cerro de Coatepec (Montaña de la Serpiente) cuando encontró un ovillo de plumas que guardó en su seno y que la preñaría, siendo el origen de Huitzilopochtli. Ofendida, su hija Coyolxauhqui, diosa lunar, junto con sus 400 hermanos —las estrellas—, se dispusieron a matarla.

Huitzilopochtli, la divinidad solar, apresuraría su nacimiento para defender a su madre y llegaría al mundo provisto de armas para pelear contra su hermana, quien, derrotada, cayó desde la cima, despedazándose.

Este mito se reprodujo en el Templo Mayor, que alude al cerro; en la parte superior de éste se colocó el adoratorio del Dios del Sol y de la Guerra, mientras que la inferior —de los vencidos— se reservó para la Coyolxauhqui.

Tiene mucho simbolismo la leyenda de su descubrimiento, ya que fueron los trabajadores de la emblemática empresa de Luz y Fuerza, que hacían labores para poner un transformador de energía eléctrica. Por ello, que esta exposición sirva para que la Diosa Lunar nos dé mucha luz y energía a todas y cada una de las personas que vivimos en la Gran Tenochtitlán.

Abogado y activista, maestro en Ciencias Penales. Autor del libro “Los filósofos en la era tecnológica. Los pitagóricos de hoy”.

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@UlrichRichterM

 

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