La fundación de la República Popular China hace 70 años representa un gran evento que, en términos históricos, señala su reinserción al concierto de naciones bajo un proyecto alternativo al liberalismo de la posguerra, un proyecto que, sin embargo, y luego de los excesos del Gran Timonel Mao durante el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural en los cincuentas y sesentas, terminó adaptándose al sistema internacional.
Tras la muerte de Mao y desde la segunda rehabilitación política de Deng Xiaoping en 1978, la China de las reformas económicas y la política de puertas abiertas ha generado niveles de crecimiento económico únicos en la historia de la humanidad; sus 40 años de experimentos, errores y aciertos por igual han elevado a China a ser la segunda potencia mundial. Su Iniciativa de la Ruta de la Seda atrae a naciones e instituciones que ven en Beijing a un posible salvador ante una magra economía mundial amenazada por proteccionismos y unilateralismos.
Pero esta economía de mercado con características chinas es un proyecto inconcluso y contiene altos costos sociales. Beijing debe tanto proteger su medio ambiente y su población de los excesos de su desigual éxito económico, como abrir realmente sus mercados a la competencia internacional y ofrecer oportunidades a otros países. Ante una economía mundial cada vez más globalizada, China necesita más reformas, pero menos controles y más responsabilidad global.
En el ámbito político el panorama es menos festivo, sin duda. Setenta años no han podido erradicar prácticas autoritarias, permitir la alternancia partidista y eliminar totalmente la corrupción y violaciones graves a los derechos humanos. Si bien ha habido un impresionante progreso en los derechos sociales y en el combate exitoso a la pobreza, sigue habiendo denuncias graves de falta de libertades y violaciones a los derechos de diversas minorías étnicas, en particular la uigur en Xinjiang y la tibetana.
Pero incluso, el gobierno central ve con particular preocupación los movimientos prodemocráticos en Hong Kong, los proindependentistas en Taiwán y las reclamaciones marítimas de vecinos en sus fronteras como una amenaza directa a su seguridad nacional, a su integridad territorial y a sus intereses centrales para el desarrollo, por lo que no se debe descartar en algún momento el uso de la gran fuerza militar que ya posee.
Probablemente el reto más importante para una China que se perfila a celebrar 100 años como una gran potencia mundial en 2049 es la disputa tecnológica y comercial con Estados Unidos.
El déficit comercial de Wa-shington con Beijing esconde una verdadera disputa por la supremacía tecnológica entre estas dos naciones, y la guerra comercial protagonizada por el presidente Trump, aunada a las denuncias de que China no se abre a un sistema político más democrático, amenaza directamente la gran estrategia del estado chino: garantizar el bienestar de su pueblo bajo la dirigencia del Partido Comunista.
La dirigencia china y la clase política estadounidense por igual saben lo que está en juego en los próximos años y no se ve el fin de esta disputa en un futuro cercano.
Si bien el gobierno chino parece avanzar en importantes reformas económicas, judiciales y administrativas, la falta de competencia partidista y la posibilidad de renovar el propio mandato presidencial le dificultará a Xi Jinping una relación más armónica con la Unión Americana, la Unión Europea y otras naciones en los años venideros.
Más aún, si la Inicitativa de la Ruta de la Seda pierde brillo entre varios países que siguen sin estar convencidos de sus beneficios económicos a largo plazo, China enfrentará el gran reto de diseñar otra estrategia global alternativa que disipe entre naciones amigas y adversarias la amenaza de hegemonía. Un camino difícil, aunque no imposible para la diplomacia china.
Programa de Estudios Asia Pacífico ITAM
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En la Plaza Tiananmen se realizan los preparativos por el 70 aniversario de la República Popular China.
Se espera que haya un gran desfile militar. ANDY WONG. AP