La ley es para todos. Pero ya decía Alexis de Tocqueville que en América (los Estados Unidos) los ricos pueden evadir su aplicación. Tan cierto era eso en América como en Francia o México en 1840 como hoy en día, aunque se necesitó que el francés viniera a otro continente para descubrirlo. Esto es cierto para los individuos y las clases sociales y su intensidad sirve para determinar qué tan democrático es un estado. Más lo que es sujeto de crítica en un estado es natural entre los estados.

El sistema político internacional es antidemocrático. Aunque la palabra democracia es esgrimida por los países, es incompatible con las guerras ilegales (que todo poseedor de armas nucleares siente la obligación de iniciar), la explotación laboral (disfrute occidental y moneda de cambio en Asía) y la depredación del medio ambiente.

¿Se debe a la falta de principios generales, un poder judicial autónomo y una fuerza policiaca cumplir la ley? No existe tal ley aunque si muchas normas, obviadas y cumplidas al contentillo de los gobernantes. El poder judicial no es reconocido por todos (las violaciones a los derechos humanos de los soldados de ocupación norteamericanos en varios países no han sido juzgados) y los policías del mundo sólo intervienen contra países pobres.

La Constitución del mundo de Ferrajoli, y la necesidad de la cooperación y endurecimiento de la vigilancia judicial sobre los temas ambientales alentada por Casson pueden parecer imposibles en un mundo desigual que decide por la violencia.

Igual el planteamiento de Araujo de que la próxima presidenta de el salto y acepte promover una legalidad ambiental más estricta, superior, con principios metanacionales (no de coordinación, sino por encima de los países y de la cooperación internacional). Una mirada cínica bien podría colocar toda iniciativa en el mismo estatus. Estas propuestas son factibles, pero para hacer un cambio global se precisa de un movimiento igual.

Por eso mismo son importantes estas iniciativas, para mantener el foco en los temas relevantes y no perderse en un cinismo sin futuro. También deberíamos preguntarnos que falta para que se avance.

Entre la opinión pública algunos mantienen la esperanza de una especie de “primavera del mundo”, a la manera de los movimientos del 68, de los checos, los 43, los estudiantes de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo en Pachuca o las primaveras en el medio oriente. Pero estos movimientos precisaron de años de hartazgo antes de que un fósforo iniciara el incendió. El hartazgo existe, la conciencia igual. Falta un cerillo. No uno cualquiera. Uno global. Mientras el mundo llega a su límite. Las propuestas que hemos mencionado dejan de ser utópicas, al mantener la discusión, al ganarla, van en la dirección correcta.

La Unión europea empezó como un asunto sobre el comercio del acero. Así, un nuevo orden jurídico internacional en materia ambiental podría empezar con un asunto parcial pero global. Nadie escoge el momento ni el tema por el que las masas reaccionan. Menos en movimientos en los que no existe articulación pero que ocurren simultáneamente. La próxima catástrofe (siempre hay una en puerta) podría pasar por alto o ser el detonante. Esperemos que el hartazgo provoque que un asunto tan grave como la extinción de una especie, la contaminación por las redes industriales de la pesca o el siguiente derrame sea la chispa que necesita el mundo para agitarse por lo que es importante.

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