1.- Pasar a cuchillo. Expresión antigua para el genocidio desde tiempos bíblicos, cuando las cosas solían hacerse a mano (Deuteronomio 13:16).
Las armas de fuego permitieron que la tarea fuera menos desgastante para los asesinos, los cuales, en el siglo XX, la practicaron con mayor intensidad y eficiencia que en épocas menos civilizadas. Esta comodidad se ha incrementado con los aviones, misiles y drones. Hoy, un asesino en masa puede nunca ver una de sus víctimas.
Durante la segunda guerra mundial las atrocidades estuvieron a la vista porque sucedieron en el jardín de quienes la practicaban en otras partes. El resto del siglo la violencia fue mayor en África y el mundo apenas tuvo ocasión de mirar lo que allí hicieron alemanes, franceses, portugueses, italianos, ingleses, belgas y norteamericanos. Los responsables tenían certeza de salir impunes.
Millones de hombres, mujeres y niños muertos por reyezuelos europeos, comerciantes codiciosos, agricultores y colonos esclavistas sin apenas el resto del mundo tener noticia de la masacre.
2.- Los aliados, en menor medida, participaron del ataque a civiles. Stalin acompañó a Roosevelt y Truman. Winston Churchill fue responsable de la muerte de millones de personas en Bangladesh. Durante la guerra fue figura notoria de la resistencia frente al fascismo, pero igual decidió la muerte de miles de civiles, tal vez 600,000, en Dresde, Hamburgo y Colonia entre 131 ciudades arrasadas en Alemania. Para conocer esto pueden leer la colección compilada por Liddell Hart o, versión “literaria”, en el libro de Sebald Sobre la historia natural de la destrucción.
Ningún crimen contra los civiles tuvo un efecto militar apreciable.
3.- La guerra es bárbara, pero distinta del genocidio. La vergüenza y la fuerza de quienes vencieron en la segunda guerra mundial y su concepción como lucha justa forzó a discutir el tema. Rafael Lemkin, judío polaco, definió el genocidio y se creó un estatuto legal para su castigo. Si usted piensa que el genocidio se reinauguró en Gaza en tiempos modernos es porque no ha mirado lo suficiente. Desde hace 76 años se practica allí, pero en estos días y horas se práctica en otros lados, por ejemplo, bajo el cuidado de los Estados Unidos en Sudan o en el Congo.
Apoyan el ataque a civiles o prisioneros indefensos Marco Rubio, Donald Trump, gabinete propuesto o Biden, quienes no conocen en carne propia las consecuencias de la guerra o, vergüenza de vergüenzas, el gobierno alemán, quien instruyéndose en su historia estaba obligado a combatir cualquier masacre de civiles hoy discrimina a las víctimas como hace casi 100 años.
4.- El Colegio de México suspendió relaciones con la Universidad Hebrea de Jerusalén y razonó públicamente su decisión. La Universidad Hebrea ocupa suelo del cual fueron expulsados sus pobladores originales, mantiene una relación de apartheid en el vecindario y prepara a los militares del ejército de ocupación y homicida.
Un grupo firmó una carta por estar en desacuerdo con la comunidad de El Colegio de México. Nada de lo razonado tomaron en cuenta.
Para un general alemán, una de las debilidades de Hitler fue no tener estomago para ver de cerca los efectos de sus decisiones. Apenas si acudió al frente o miró el horror genocida.
El genocidio en Gaza y el Líbano, la limpieza étnica en Israel tiene testigos e interminables pruebas, así como resoluciones de la Corte Penal Internacional.
Se destruyeron todas las universidades en Gaza. Se tortura. Se bombardean casas, hospitales, mezquitas, iglesias cristianas, escuelas, mercados y panaderías. Se violan a hombres y mujeres. Defienden a los violadores autoridades y civiles públicamente y frente a los medios de comunicación. Se dispara a niños. Se bombardea en la noche barrios, manzanas, pueblos enteros. Se hacen visitas turísticas e inmobiliarias al terreno que se arrasa. Se llevan niños a que lo festejen.
El primer deber para mantener el diálogo es el respeto a las ideas del otro. El ultraje último a este deber es el asesinato. ¿A quién está dirigida la carta? No tuvieron una sola palabra en favor de las víctimas.