Río de Janeiro.— El próximo domingo, los electores brasileños van por el ballotage (segunda vuelta) que enfrenta al presidente Jair Bolsonaro y al exmandatario Luis Inácio Lula da Silva. Se espera el resultado más apretado en una elección presidencial en Brasil con un número final aún más justo que 2014, cuando Dilma Rousseff (Partido de los Trabajadores/PT) obtuvo 51.64% contra 48.36% de Aécio Neves (Partido de la Socialdemocracia Brasileña/PSDB). ¿Por qué tanto equilibrio?
La expresión equilibrio quizás no sea la más precisa, sino polarización radical. Desde 1994, cuando Fernando Henrique Cardoso (PSDB) salió ganador contra Lula, las disputas presidenciales fueron siempre entre candidatos de PSDB y de PT. Cardoso fue elegido dos veces (1994 y 1998), así como Lula (2002 y 2006) y Dilma (2010 y 2014).
La victoria de Bolsonaro en 2018 marcó un cambio fundamental en la vida política brasileña. Puso fin a la disputa entre dos partidos que, con discrepancias importantes en política económica y social, están comprometidos con el régimen democrático.
Cardoso y Lula integraron el ‘frente democrático’ contra la dictadura militar (1964-1985), aunque Lula fuese un líder obrero y Cardoso un intelectual. Bolsonaro es un capitán retirado del Ejército, formado en la doctrina anticomunista de la Guerra Fría y un desinhibido defensor del autoritarismo, la tortura y la liberación de las armas de fuego.
La victoria de Bolsonaro en 2018 fue resultado de la combinación entre elementos estructurales y coyunturales. En términos coyunturales, Brasil enfrentaba una severa crisis económica impulsada por la disminución del precio internacional de sus mercancías (commodities) y una profunda crisis política cuyo punto culminante fue el afán anticorrupción representado por la Operación Lava Jato. Esta gran investigación implicó a docenas de políticos y empresarios en esquemas de corrupción presuntamente coordinados por los gobiernos del PT. En abril de 2018, Lula fue condenado por corrupción en juicio conducido por Sergio Moro, quien fue ministro de Justicia de Bolsonaro.
Bolsonaro encarna los valores más conservadores de la sociedad brasileña, como racismo, patrimonialismo, patriarcalismo y rechazo al casamiento entre personas del mismo sexo y al aborto. Para personas de todos los niveles de ingresos, Lula y el PT son los agentes locales de una conspiración global —el ‘globalismo’— interesada en destruir la familia y las estructuras de la sociedad brasileña.
La ascensión política de Bolsonaro, antes un parlamentario radical casi inexpresivo, fue impulsada por los temas moralistas y la agenda de las costumbres. Parte de la élite y de las clases medias mencionan sus políticas económicas neoliberales como justificación para endorsarlo. No obstante, las realizaciones económicas de Bolsonaro fueron parciales y contradictorias y provocaron el descontento de una parte del capital industrial y financiero brasileño.
Si la victoria de Bolsonaro en 2018 fue centrada en una cruzada moral, las elecciones de 2022 siguen siendo sobre valores. Los datos económicos—inflación y alto desempleo— y las debilidades actuales— destrucción ambiental y mala gestión del Covid-19— no son argumentos suficientes para quienes consideran a Bolsonaro como paladín de la moral. Para ellos, así como en 2018, “vale todo” para evitar el retorno del PT.
Los brasileños no están votando con los bolsillos, sino con sus convicciones morales. Pero en este embate está en juego no el orden moral de la sociedad brasileña, sino la sobrevivencia y la calidad de su joven e inestable democracia.
Brasileño, politólogo y profesor del (estatal) Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad Federal Fluminense, de Río de Janeiro.
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