La reciente escalada del conflicto entre Israel y Palestina, exacerbada por la incursión armada de Hamás y la contundente respuesta militar israelí, refleja no solo una crisis regional sino una perturbadora tendencia global hacia la polarización y la deshumanización. Mientras el mundo se divide en bandos antagónicos, las vidas humanas quedan en la sombra de las narrativas políticas y los intereses estratégicos.

La rusofobia desatada por la guerra en Ucrania era un claro ejemplo de cómo el fervor ideológico puede conducir a medidas extremas, como la censura del arte, historia, educación y el deporte. Sin embargo, la actual crisis en Medio Oriente evidencia una vez más la facilidad con que los discursos de odio y propaganda pueden proliferar. El antisemitismo y la islamofobia están reviviendo con renovada virulencia, alimentando la discriminación y el extremismo entre religiones en lugar de buscar caminos hacia la paz.

En el actual clima de tensión, las acciones de Hamás e Israel han exacerbado la polarización de la opinión pública. Según el Departamento de Asuntos Políticos y Consolidación de la Paz de las Naciones Unidas, el número de fallecidos desde el 7 de octubre se aproxima a los 9,000. Resulta preocupante ver que algunos gobiernos occidentales, que deberían ser baluartes en la defensa de la libertad de expresión y el ejercicio de la solidaridad, eligen prohibir las manifestaciones que apoyan a Palestina, como ha sucedido en países como Francia, Alemania y Austria. Esto sucede incluso cuando la mayoría de dichas manifestaciones, incluyendo una notoriamente grande en Londres, se han llevado a cabo de manera pacífica.

Las atrocidades emergentes de esta guerra traen consigo manipulaciones y discursos propagandísticos polarizantes. Observamos, por un lado, una ola de antisemitismo manifestada en ataques a embajadas israelíes, incluso en países latinoamericanos como Argentina, donde se reportan amenazas de bomba. Estos actos parecen presuponer que toda la diáspora judía representa las políticas del gobierno de Netanyahu, percibido por muchos como anti humanistas y totalitarios.

Por otro lado, el preocupante silencio internacional ante las trágicas muertes de niños en Gaza resalta la gravedad de la situación. La Franja de Gaza sufre bajo la opresión de un poder estatal considerablemente superior en términos militares, el cual ejerce discriminación antiárabe y contribuye al incremento de la islamofobia, fenómeno particularmente visible en Europa y Estados Unidos.

Esta actitud global se ve reflejada en el aparente apoyo hacia actos que podrían considerarse crímenes de guerra, en un contexto donde la infraestructura médica es crítica: actualmente, 14 de los 35 hospitales en Gaza están inoperativos, y los trabajadores humanitarios enfrentan enormes desafíos para realizar su labor debido al constante azote de los bombardeos. ¿Quién da luz verde al gobierno de Israel para usar fósforo blanco, contraviniendo las convenciones internacionales sobre armas químicas? Además, ¿cómo es posible justificar los ataques hacia la población civil de Gaza y la continua negativa de Israel a entablar diálogo con otros actores internacionales, a la luz de las infracciones al Artículo 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que regula la legítima defensa?

El enfrentamiento entre Israel y Palestina no es una contienda deportiva para fanáticos; estamos hablando de un conflicto convencional con armamento en el cual niños pierden la vida diariamente.

La solución recae en la insistencia en un diálogo genuino y la participación equitativa de las partes implicadas, sin la indebida influencia de actores no regionales como Estados Unidos, Reino Unido y

Francia. Lo que menos se necesita es un enfrentamiento social global y la proliferación de más discursos cargados de odio.

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