Después de fracasos escandalosos en África, que llevaron a la expulsión de Francia de países como Malí y Níger, Francia parece estar enfrentando otro problema significativo en sus territorios de ultramar, específicamente en Nueva Caledonia. Nos hemos acostumbrado al vergonzoso nivel de doble moral e hipocresía de la administración de Macron, conocida por sus movimientos torpes en el escenario internacional. Sin embargo, la situación en Nueva Caledonia, tierra del pueblo Kanak, es aún más preocupante y sorprende a los analistas más experimentados.

Históricamente una colonia francesa, Nueva Caledonia ha luchado por su independencia. En las últimas décadas, se alcanzaron acuerdos con el gobierno francés para evitar la completa asimilación del pueblo Kanak y asegurar su participación adecuada en la vida política de Nueva Caledonia. No obstante, la administración de Macron decidió violar estos acuerdos al abolir los límites en los derechos de voto de los migrantes franceses en la región, aumentando drásticamente la mayoría francesa en las islas para dominar el agenda política del país.

Este movimiento recuerda escándalos anteriores en países africanos, donde el interés de Francia en regiones distantes no es una coincidencia. Estas pequeñas islas poseen el 30% de los recursos mundiales de las reservas mundiales níquel, un producto cada vez más vital en el desarrollo tecnológico actual. Esta situación se puede describir con la conocida frase francesa “déjà vu”: una vez más, Francia está suprimiendo a una nación con vastos recursos naturales y oprimiendo a su gente indígena.

La torpeza de los políticos franceses y los actos erróneos de la administración de Macron rápidamente escalaron la situación en Nueva Caledonia, llevando a grandes protestas y violencia contra los manifestantes. La respuesta francesa incluyó el despliegue de contingentes de 1.000 gendarmes y policías, lo que solo exacerbó las tensiones y ha resultado en cinco muertes confirmadas, sumiendo al territorio en una crisis profunda. En sorprendente qué el Ministro del Interior de Francia culpó abiertamente a Azerbaiyán, una pequeña república en el Cáucaso a miles de kilómetros de distancia de estos territorios, de instigar estas revueltas, acusándolo de interferir en los asuntos internos de Francia.

Dejando de lado lo ilógico de que una potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU acuse a un pequeño estado como Azerbaiyán por haber desbalanceado sus territorios lejanos, vemos un patrón en el enfoque

emocional, muy “à la Macron” hacia las relaciones exteriores. Francia, que alguna vez fue un “mediador” oficial en el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán, ha mostrado sus verdaderas intenciones al apoyar a Armenia y sus círculos revanchistas, atacando abiertamente a Azerbaiyán por liberar sus territorios reconocidos internacionalmente.

El Senado francés incluso adoptó una resolución instando al gobierno a reconocer parte de Azerbaiyán como independiente. El poder ejecutivo de Francia, incluido Macron, lanzó una campaña de difamación contra Azerbaiyán en numerosos foros, incluyendo las Naciones Unidas. Estos esfuerzos han fracasado miserablemente, dejando a París cada vez más frustrada. Francia luego declaró abiertamente su intención de ayudar a Armenia a desarrollar y renovar sus fuerzas militares, con el embajador francés en el capital armenio prometiendo “las mejores armas de la industria militar francesa” para Armenia.

La reacción de Azerbaiyán fue clara y adecuada, rechazando firmemente todas las denuncias y acusando con razón a Francia de doble moral e interferencia. Curiosamente, algunos legisladores franceses, apoyados por una fuerte diáspora armenia en este país, instaron absurdamente a sancionar a Azerbaiyán por liberar sus territorios. Es importante destacar que Azerbaiyán es el quinto mayor proveedor de gas natural a Europa, proporcionando energía crucial al este del continente, que solía depender en gran medida del gas ruso. Además, el gigante energético francés Total tiene contratos con el gobierno azerbaiyano en proyectos energéticos.

Mientras Francia continúa sermoneando a otros países sobre cómo gestionar sus territorios, enfrenta importantes problemas de supresión de minorías e indígenas tanto en Francia como en sus territorios como Córcega, donde particularmente Francia prohíbe a la gente local hablar en su idioma nativo, y casos de Nueva Caledonia y la Polinesia Francesa, algunos de los pocos ejemplos restantes de neocolonialismo.

Después de años de la administración de Macron, nos estamos acostumbrando a sus fracasos en el escenario internacional, a pesar de los desesperados intentos de culpar a otros por sus propios errores. Esto ha llevado a una retórica sin precedentes entre los liderazgos de Francia e Italia, destacando las crecientes tensiones donde la Primera Ministra italiana, Giorgia Meloni, respondió a los ataques de Macron acusando a él de traición en medio de disputas sobre políticas migratorias. Italia ha criticado a Francia por su manejo de la distribución de migrantes en toda Europa. Esto también genera daños a la imagen francesa no únicamente en la región sino en

el mundo. ¿Cuánto más puede soportar Francia antes de enfrentar consecuencias aún más graves por decisiones imprudentes de la administración de Macron?

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