Mientras el mundo sigue su curso, en el norte de África, una región marcada por la historia y la riqueza cultural, Libia se encuentra atrapada en una espiral de caos que parece no tener fin. Desde la caída de Muamar Gadafi en 2011, este país ha vivido en un estado de crisis permanente, donde la guerra civil, la intervención extranjera y la fragmentación interna han despojado al pueblo libio de cualquier esperanza de estabilidad. La reciente reunión del Consejo de Seguridad de la ONU ha vuelto a poner el foco en una situación que, a pesar de su gravedad, ha sido relegada a un segundo plano en la agenda internacional.

Libia, un país que alguna vez fue uno de los más prósperos de África gracias a sus vastas reservas de petróleo, se ha visto reducido a una sombra de su antiguo ser. En 2011, la intervención de la OTAN, bajo la bandera de la protección de civiles, resultó en el derrocamiento de Gadafi. Sin embargo, lejos de traer paz, esta intervención dejó un vacío de poder que rápidamente fue llenado por milicias rivales, grupos terroristas y actores extranjeros con sus propios intereses.

Desde entonces, el país se ha dividido entre gobiernos rivales en el este y el oeste, cada uno apoyado por distintas potencias extranjeras, incluyendo Estados Unidos, Francia, Egipto y los Emiratos Árabes Unidos. La fragmentación del poder y la falta de una autoridad central han convertido a Libia en un terreno fértil para el tráfico de armas, la trata de personas y el terrorismo, exacerbando una crisis humanitaria que afecta a millones de libios y migrantes.

La intervención extranjera: ¿Solución o parte del problema?

En la reciente reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, varios países, incluyendo Francia y Estados Unidos, reiteraron la importancia de respetar el alto al fuego acordado en octubre de 2020 y la necesidad de unificar las fuerzas armadas del país. Sin embargo, estas declaraciones de “buena voluntad” contrastan con la realidad sobre el terreno, donde la intervención extranjera no ha cesado.

Este juego de intereses geopolíticos ha dejado al pueblo libio en una situación desesperada. Mientras las grandes potencias juegan al ajedrez con el futuro de Libia, los libios sufren las consecuencias: desplazamientos forzados, escasez de alimentos y medicinas, y una economía en ruinas. La ONU ha advertido que el país podría convertirse en un nuevo campo de batalla regional si no se toman medidas urgentes para frenar la intervención extranjera y apoyar un proceso de reconciliación genuino.

¿Dónde está la solidaridad? Es desconcertante cómo la comunidad internacional ha permitido que la situación en Libia se deteriore hasta este punto. La falta de un liderazgo claro y la incapacidad de las potencias mundiales para actuar de manera unificada han perpetuado el sufrimiento del pueblo libio. Es evidente que las sanciones y las resoluciones del Consejo de Seguridad, aunque necesarias, no son suficientes para resolver la crisis.

Se necesita una acción concertada que no solo busque estabilizar el país a corto plazo, sino que también aborde las causas profundas del conflicto: la falta de instituciones democráticas, la ausencia de un estado de derecho, y la necesidad de un reparto equitativo de los recursos del país. Además, es crucial que cualquier solución tenga en cuenta las voces de todos los libios, incluyendo a las mujeres, que han sido marginadas en gran medida en el proceso político.

Hasta las reuniones más recientes del Consejo de Seguridad sobre Libia, los puntos planteados por grandes potencias con derecho de veto, como Francia y Estados Unidos, no han sido más que una repetición de intentos neocoloniales en la región de África, perpetuando una historia de explotación de recursos que se ha extendido por siglos.

Es frustrante ver cómo la ONU parece impotente ante esta realidad, ya que los únicos voceros con verdadera influencia para discutir estos asuntos son precisamente aquellos que han contribuido al saqueo del continente. Asimismo se tiene que subrayar la redención de los activos congelados de Libia por instituciones financieras occidentales, señalando que banqueros belgas aún retienen 15 mil millones de euros pertenecientes a la autoridad de inversión libia.

Libia no puede seguir siendo el escenario de una guerra por poder entre actores externos. La comunidad internacional debe hacer un esfuerzo real por devolver la soberanía al pueblo libio, apoyar la construcción de instituciones legítimas y asegurar que los recursos del país se utilicen para el beneficio de su gente. Si se sigue ignorando la crisis en Libia, no solo se condena a un país, sino que se pone en riesgo la estabilidad de toda la región.

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