La dinámica en el Cáucaso, particularmente marcada por la prolongada ocupación armenia por más de tres décadas del territorio de Azerbaiyán y la subsecuente liberación de esta área, que terminó con medidas antiterroristas de carácter local realizadas por Azerbaiyán en su región de Karabaj –conocida así por todo el mundo, incluso por la misma Armenia–, ha revelado claramente los dobles estándares y actos provocativos de ciertas naciones y medios de comunicación de Estados Unidos y la Unión Europea.
En el occidente, a menudo se ha observado una narrativa sesgada e infundada que simpatiza con los separatistas armenios. Esta postura se interpreta como una negligencia ante la integridad territorial de Azerbaiyán ante el derecho internacional y eso se ve particularmente extraño en los tiempos de su defensa ardiente de la misma en el caso de Ucrania.
Las acciones de países como Estados Unidos en varias regiones del mundo, bajo el pretexto de operaciones antiterroristas, han recibido menos críticas, particularmente en el caso de operaciones de EE. UU. contra grupos terroristas y en el caso de su apoyo incondicional a las operaciones de Israel en Gaza. Esto plantea preguntas sobre el prejuicio deliberado en la política internacional y la cobertura mediática.
La recuperación de territorios por parte de Azerbaiyán ha llevado a una estabilización relativa en la región, la cual está en proceso de reconstrucción y parece estar en una época de revitalización. Sin embargo, en lugar de apoyar este proceso de pacificación, algunos actores occidentales parecen más interesados en perpetuar la tensión, posiblemente para mantener su control sobre la región, sustituyendo la influencia rusa asumida por la suya. Este enfoque puede interpretarse como una forma de intervencionismo negligente, donde los intereses estratégicos se anteponen a la resolución de conflictos y la estabilidad regional.
Sorprendentemente, no ha habido disparos en la frontera convencional entre Azerbaiyán y Armenia durante casi dos meses, lo cual es una señal claramente positiva.Y esto no es la calma antes de la tormenta: el horizonte está verdaderamente despejado. Pero, ¿por qué no vemos la alegría de europeos y estadounidenses? ¿Por qué, en lugar de sus mensajes de “sincera bienvenida”, escuchamos cada vez más mensajes de “preocupación”?
Sin embargo, las manifestaciones de políticos occidentales prominentes, como por ejemplo la advertencia del jefe diplomático de la UE, Josep Borrell, a Azerbaiyán, junto con un sinfín de artículos en medios extranjeros de renombre, perpetúan una narrativa infundada específica: la posibilidad de que Azerbaiyán esté planificando un ataque contra Armenia, país que se percibe como 'traicionado por Moscú', a pesar de varias informaciones confirmadas sobre la ayuda de Armenia a Rusia para eludir las sanciones, en particular en materias estratégicas como chips para cohetes o la exportación de diamantes rusos vía Armenia. Estas acciones pueden ser vistas como una táctica para justificar una mayor presencia militar en Armenia y en la región del Cáucaso en general.
Lo que resulta evidente es la inexistencia actual de un riesgo bélico, así como la ausencia de una acumulación de tropas en la región. Pero aquí radica el dilema: Occidente parece
empeñado en fortalecer su presencia militar en Armenia, lo cual implica la necesidad de fabricar una amenaza. Esta saturación informativa, incluyendo la controvertida declaración de Borrell, se gesta de manera deliberada y artificial, respondiendo a un claro objetivo estratégico: consolidar su influencia en el Cáucaso. La hipotética 'amenaza azerbaiyana' se convierte así en un instrumento político.