La reciente decisión de la Corte Internacional de Justicia, afirmando la plausibilidad de las acusaciones de genocidio por parte de Sudáfrica contra Israel, marca un hito significativo. La corte permitió que el caso avanzara en relación con la investigación de genocidio y otorgó un plazo de un mes para reducir el riesgo de genocidio en este caso.
Este veredicto no solo desafía el prestigio y la reputación de Israel, sino que también resalta la delicada dinámica de las relaciones internacionales y el papel del derecho internacional en conflictos de alta tensión. El fallo, simbólico en su naturaleza, no logra imponer un alto al fuego inmediato, pero ilustra el aislamiento potencial de Israel bajo el liderazgo de Netanyahu.
El aislamiento internacional aún es un riesgo para el gobierno de Israel, y esto se ha evidenciado. Históricamente, hasta 1991, la mayoría de los países no reconocían a Israel y no mantenían relaciones diplomáticas. Después del proceso de Oslo, Israel logró éxito en normalizarse en Occidente, pero ahora se asocia con el apartheid y enfrenta un fallo por genocidio con suficientes pruebas presentadas para investigar el caso, lo que podría llevar a Israel a un posible aislamiento, reviviendo temores de un regreso a las épocas pre-Oslo.
Es importante destacar que la interpretación del documento de La Haya como una “victoria” es muy subjetiva. ¿Aislar a Israel y ver que las políticas de Netanyahu pierden apoyo internacional cada día, o identificar a este estado con genocidio incluso a nivel de movimientos sociales, es una victoria? ¿O sería una victoria lograr un alto al fuego como idealísticamente ha requerido Sudáfrica?
La asociación de Israel con actos de apartheid y las fuertes evidencias presentadas en el tribunal, subrayan la fragilidad de su posición diplomática. La victoria, si se define como la paz en Gaza, parece elusiva, especialmente dadas las complejidades de buscar justicia en escenarios beligerantes y el poder de veto de EE. UU. en el Consejo de Seguridad de la ONU. La justicia internacional, a menudo lenta y compleja, podría no ser suficiente para cambiar la situación en el terreno, especialmente con el respaldo de EE. UU. y el Reino Unido a Israel.
La cuestión crucial en ese momento era qué medidas tomar. La Corte no respaldó las medidas más contundentes solicitadas por Sudáfrica, entre ellas, aquellas que instaban a Israel a poner fin por completo a su operación militar o a abstenerse de la destrucción de vidas palestinas en Gaza. Es decir, la Corte no incluyó la medida de alto al fuego que anteriormente había ordenado únicamente en el caso de Ucrania contra Rusia.
Como es costumbre, la Corte no explica por qué no se solicitó la suspensión de los ataques israelíes. Sin embargo, al compararlo con el caso de Rusia y Ucrania, se vislumbra un doble estándar mundial. A pesar de que Israel podría estar relacionado con más atrocidades, cuenta con aliados más fuertes en Occidente que Putin. ¿Esto podría haber llevado a la Corte a ser más cautelosa, planteando la pregunta de si la decisión fue más política que judicial o más judicial que política?
Las medidas provisionales ordenadas por la corte, aunque significativas, no garantizan la solución. La obligación de evitar actos genocidas, prevenir la incitación al genocidio, permitir la ayuda humanitaria, preservar la evidencia y presentar informes al Tribunal dentro de un mes, son pasos hacia el reconocimiento de la gravedad de la situación. Sin embargo, la falta de un mandato de alto al fuego y la complejidad del contexto político y diplomático, hacen que el camino hacia la paz y la justicia sea incierto y lleno de desafíos.
Este caso no solo refleja las tensiones entre Sudáfrica e Israel, sino que también pone de manifiesto la intrincada red de diplomacia y política. En términos de seguridad humana, no estamos cerca de la paz. Sin embargo, a nivel diplomático y judicial, el discurso generado por Sudáfrica se ha tomado en serio de una manera sorprendente y eso se puede considerar como un logro parcial.
Mientras que el documento de la Haya ofrece un simbolismo y un discurso de concientización, su capacidad para efectuar un cambio real y duradero en términos de paz o soluciones políticas sigue siendo cuestionable y no sostenible en caso de Israel-Palestina.