No me cansaré de repetir que me considero una persona sumamente afortunada, y gran parte de mi agradecimiento es para la UNAM. Al salir de la preparatoria Simón Bolívar tenía muy claro que mi interés principal era la medicina. Bastó una noche de guardia en el piso de Maternidad del Hospital General de México para darme cuenta de que ser médico no era mi vocación, sino más bien entender las causas de las enfermedades y estudiarlas.

No tenía claro qué carrera estudiar para satisfacer mi interés, pero en una visita a la UNAM me topé con el Instituto de Investigaciones Biomédicas. ¡Mi sueño hecho realidad en un solo lugar! Entré a pedir información sobre qué se estudiaba allí y tuve la suerte de que me comentaran que a los pocos días se realizaría el examen de admisión para una nueva licenciatura.

Esta nueva licenciatura, que dio inicio en 1973, tiene la particular visión de sus creadores acerca de que hay que aprender haciendo; y qué mejor que iniciar la carrera de investigación teniendo como guías a sus maestros fundadores: Mario Castañeda, Jaime Martuscelli, Jaime Mora, Rafael Palacios y Julieta Rubio, entre muchos otros. En mi generación entramos ocho estudiantes y al final del primer semestre quedamos seis, todas mujeres.

En el último año de la licenciatura conocí a los dos amores de mi vida: los virus y Carlos Arias, mis compañeros desde entonces. Hice la maestría y el doctorado bajo la asesoría de Romilio Espejo, quien, además de ser un excelente investigador en virología, nos enseñó a todos sus alumnos a ser muy rigurosos en el trabajo y muy generosos en la vida. Entonces, y gracias al apoyo de la UNAM, Carlos y yo pudimos hacer una estancia de dos años en el Instituto Tecnológico de California, en Pasadena, California, donde aprendimos virología y biología molecular en el grupo de Jim Strauss, quien nos abrió las puertas para trabajar no sólo en los proyectos de su laboratorio, sino además para continuar con el trabajo sobre rotavirus que habíamos iniciado en México.

Al poco tiempo de regresar a Biomédicas se nos presentó la oportunidad de movernos al entonces Centro de Investigación en Ingeniería Genética y Biotecnología, invitados por Francisco Bolívar, creador del Centro y su primer director. Lo más atractivo de este cambio era poder trabajar en una entidad académica de la UNAM en la que se privilegia el modelo de trabajo en grupos de investigación, que es muy diferente a la organización académica que tenían en ese entonces y que sigue aún teniendo la mayoría de los centros e institutos de investigación de la UNAM. Desde entonces he trabajado, crecido y madurado en el ahora Instituto de Biotecnología, en el cual formé un grupo de virología con reconocimiento internacional.

En estos últimos años de pandemia he tenido la oportunidad de interaccionar con la Fundación UNAM, gracias a lo cual he constatado su gran labor en el apoyo a estudiantes en distintos aspectos durante su formación universitaria y su participación altruista durante la pandemia.

Más recientemente he participado en algunos de los conversatorios organizados por dicha Fundación para llevar al público en general el análisis de muchos de los temas de actualidad en el país, actividad de gran utilidad para nuestra comunidad.

La UNAM ha sido mi casa y siempre le estaré agradecida por las oportunidades que me ha brindado. Soy y siempre seré una orgullosa Puma.

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