“[…] has dicho que tres millones de alemanes en los Sudetes deberían ser integrados en el Reich. ¿Estarías satisfecho con eso, no hay algo más que quieras? Pregunto porque hay mucha gente que piensa que eso no es todo, que lo que deseas es desmembrar Checoslovaquia.” Esta fue parte de la intervención del Primer Ministro Británico Neville Chamberlain en una conversación con Hitler en Berchtesgaden en 1938.

Posteriormente, vendría la firma de los Acuerdos de Munich, donde Chamberlain aceptaba la anexión alemana de los Sudestes a cambio de un supuesto compromiso de Hitler de que ahí terminarían sus demandas territoriales en Europa. Con ello, pensó el Premier británico, se conjuraba la posibilidad de una nueva guerra.

Sin embargo, como sabemos, la política de apaciguamiento seguida por las potencias europeas ante los avances del ejército alemán de nada sirvieron para contener los afanes expansionistas. Por el contrario. Tuvieron el efecto de reforzar la motivación y seguridad de Hitler en su ejército, sus planes y su estrategia. Un año después de la firma Alemania invadiría Polonia y lo demás es historia conocida.

En la última semana se ha debatido, en medios de todo el mundo, la anexión rusa de la región del Donbás para poner fin a la guerra. La anexión, piensan sus proponentes, terminaría con el baño de sangre, particularmente de civiles inocentes, en que se ha convertido la invasión iniciada por Rusia hace casi 100 días. Los apaciguadores aseguran que Ucrania “debería terminar la guerra aceptando el status quo” (Henrry Kissinnger, ex Secretario de Estado de Estados Unidos).

Aceptar una mala paz terminaría con una guerra, señalan, que no tiene visos de culminar pronto y que está destruyendo Ucrania y de paso la economía mundial y la seguridad alimentaria. Ceder el territorio es poner fin a una escalada que puede ser interminable, aseguran.

En resumen, negociar territorio por paz. Un absurdo. No existe algo como una anexión territorial pacífica. Si así fuera, hoy Ucrania no estaría siendo destruída. En 2014 Putin invadió Ucrania; el territorio anexado, de facto, no detuvo sus afanes y aquí estamos otra vez. Pedir a Ucrania que ceda el 25% de su territorio para evitar una guerra que otro comenzó al violar todo el derecho internacional lleva a pensar, irremediablemente, en el trato de tercera que recibió Checoslovaquia en los años 30.

No existe razón alguna para pensar que esta historia es diferente. Ceder es darle la razón al invasor. Es querer negar la realidad: que Putin no se contentará sólo con eso. Los triunfos como este alimentan su motivación. Más aún. Se envía un mensaje de tolerancia y de debilidad.

Al volver de haber entregado los Sudetes a Hitler, Chamberlain declaraba ante la Casa de Representantes “No tengo nada de que avergonzarme [...] Debemos sentir una profunda simpatía or una pequeña pero valiente nación en su hora de pérdida y luto nacional. […] Checoslovaquia se ha ganado nuestra admiración y respeto”.

En 1938, una debilitada Europa intentó apaciguar a un gigante con ánimos expansionistas, callando y permitiendo la anexión territorial de un tercer país. Fue inútil. En 2022, permitir la anexión rusa de territorio ucraniano lo sería también. La paz en Ucrania, una paz en verdad duradera para el mundo, solamente puede lograrse si se defiende su integridad territorial.

Twitter: @solange_

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