No han pasado siquiera tres meses desde que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) subrayara la enorme necesidad de ayudar a los refugiados y migrantes venezolanos que están siendo acogidos mayoritariamente por diversos países de América Latina y el Caribe cuando el hoy presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva declarara que la falta de democracia en Venezuela no es más que parte de un invento, una narrativa contra Venezuela.
Los dichos de Lula cayeron como balde de agua fría para otros líderes de la región que han tenido posiciones discordantes con el presidente venezolano Nicolás Maduro y con otros líderes regionales cuyo respeto por los derechos humanos y las garantías mínimas de democracia son una omisión todos los días. Ahí se enmarcan las declaraciones del chileno Gabriel Boric, que aunque de izquierda, ha sido muy vocal en criticar abiertamente gobiernos como el de Maduro o el de Daniel Ortega en Nicaragua.
Y es que el abrazo y el apapacho brasileño sientan muy mal considerando que, hoy, millones de venezolanos han sido forzados a abandonar su país para sobrevivir al autoritarismo, pero también al hambre, la falta de medicamentos y en general, a la crisis económica, política y social que vive Venezuela desde hace años.
Con todo y eso, Lula, convocante a esta Cumbre Sudamericana, garantizó a Nicolás Maduro un espacio en la cumbre y le lavó la cara en la escena internacional. Pero el aparente exabrupto del brasileño no se quedó ahí, Lula fue incluso más allá dejando en el aire la propuesta de apoyar una posible incorporación de Venezuela a los BRICS.
Sin embargo, esta “narrativa” de Lula en realidad no debería de sorprendernos. Recordemos que ya durante su primero, pero sobre todo, segundo mandato, había defendido la democracia venezolana bajo la bota militar de Hugo Chávez.
Seguramente muchos de ustedes recordarán la XVII Cumbre Latinoamericana realizada en Chile en 2007, en la que el Rey Juan Carlos de España le soltara un “¿Por qué no te callas?” a Chávez luego de que este se soltara a insultar al expresidente español José María Aznar. Menos famosa pero igual de emblemática fue la que Lula soltó a los medios al señalar que “se puede criticar a Chávez por cualquier cosa, inventar una cosa para criticarlo. Ahora, por falta de democracia en Venezuela no. […] Se podría decir incluso, que [Venezuela] tiene exceso (de democracia)”. Y como esa, muchas otras más donde Lula no tenía empacho en defender el régimen chavista.
Pero en aquellos años Lula atravesaba por su mejor momento en el plano internacional. Era reconocido como el arquetipo de la izquierda moderna, liberal, dispuesta a dialogar con el mundo desarrollado y el capital, y con capacidad de dar un paso de costado frente a los regímenes dictatoriales y/o populistas latinoamericanos a los que, hasta hoy, estamos tan acostumbrados.
Exabruptos como el ocurrido hace unos días no pasan desapercibidos o quizá ya no se perdonan tan fácilmente como entonces. La crítica a nivel mundial por el espaldarazo brasileño al desastroso gobierno de Nicolás Maduro que ha cobrado más de siete millones de refugiados no se hizo esperar.
Si bien en la organización de la Cumbre Lula tuvo gran cuidado en no dejar fuera por ejemplo a Perú (cuya presidenta está en un enfrentamiento directo con el Presidente de México) ni tampoco a gobiernos como el del derechista uruguayo Luis Alberto Lacalle Pou, declaraciones como la ocurrida lo alinean con regímenes autoritarios. La defensa de Lula a Maduro es también una bofetada a los ciudadanos venezolanos, pues socavan los esfuerzos para que en 2024 se lleven a cabo elecciones libres en aquel país.
Lula volvió a la escena internacional con la expectativa de regresarle a Brasil el lugar que ocupó en los más importantes foros internacionales y que fue perdiendo luego del fin de su mandato en 2010 y especialmente con la llegada al poder de Jair Bolsonaro. Sin embargo, en tres lustros, Lula no es el mismo y sus esfuerzos por recuperar el lugar perdido podrían estarse desmoronando.
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