"No considero justo que de manera grosera traten a los miembros del gabinete de seguridad. Uno lo considero justo y menos cuando está de por medio solo la politiquería. Como buenos hipócritas conservadores”. Así se expresaba el presidente luego de que su secretario de la Defensa se negara a rendir cuentas ante los representantes de la ciudadanía: los legisladores. Un atentado contra nuestra democracia.
En el mundo, la democracia se abrió paso reconociendo minorías y derechos, otorgando salvaguardas al voto, a la opinión, al debate y al disenso. Pero sobre todo estableciendo límites al poder y evitando su uso abusivo, sus excesos y conculcando sueños absolutistas. Frente a la amenaza fascista y totalitaria, la democracia aparecía como el único camino posible.
Lo que quizá es más grave de la crisis que vive la democracia en la actualidad es que parece que hoy no compartimos más los mismos valores que enarbola la democracia. Luego de la segunda guerra mundial y posteriormente con la caída de la cortina de hierro el mundo occidental se unía en torno a una misma narrativa y a los mismos ideales. La libertad, las libertades de cada individuo, su capacidad de forjarse un camino unido a su libre albedrío le abrían la puerta a posibilidades infinitas. La libre opinión, asociación y pensamiento de cada individuo se superponía a la amenaza colectivista que perseguía una supuesta igualdad social pero silenciosa, sumisa y obediente a un Estado que supuestamente pugnaba por su “bienestar”.
Al día de hoy, la democracia está amenazada por todos lados y el triunfo de la narrativa anti-liberal parece inevitable gracias a la destrucción del sistema de valores que la sostenía y que ha sido minado desde dentro de la democracia misma. El contagio populista va en aumento y México, tristemente, no es la excepción.
Cuando en 2006 López Obrador inició el mito del fraude electoral y se lanzó a la toma de Avenida Reforma para autonombrarse “Presidente Legítimo” muchas fueron las voces discordantes ante un atentado a los valores democráticos por los que llevábamos décadas luchando. Fueron esos valores compartidos los que al final lo forzaron a liberar las calles y volver a la lucha política por la vía institucional.
Ese sistema de valores nos permitió sostener nuestra endeble democracia electoral y fortalecer la rendición de cuentas a través de organismos autónomos que pusieran límites al poder presidencial. Habrían de pasar aún bastantes años y 2 administraciones distintas para que esos valores fueran cuestionados a grado tal que hoy, principios básicos de la democracia, se pongan en duda.
En tan solo cuatro años, López Obrador y su camarilla han logrado poner en duda el valor de mantener un gobierno civil, de evitar que los militares se entrometan en la vida política del país. Ha logrado que los mexicanos se pregunten si hacer méritos, si estudiar más, trabajar más y ser mejor para ganar espacios, para superar sus condiciones es algo posible o sólo se puede comer y vivir estirando la mano para recibir dádivas estatales. Ha puesto en duda también la libertad de expresión y ha logrado que los mexicanos nos acostumbremos a ver sus ataques a la prensa y a la oposición como algo normal. No lo son en una democracia.
Sin embargo, hay algo con lo que el Presidente no ha podido. Con gusto veo que, a pesar de las mentiras y el ataque presidencial, los ciudadanos siguen confiando en el INE. Defendámoslo, pues, porque es el germen de nuestra democracia y la posibilidad de recuperar los valores que nos unían.
Como ciudadanos conscientes, deseosos de conservar nuestra democracia, con la claridad de saber que no queremos a nadie eternizándose en el poder es que debemos manifestar nuestro rechazo a la reforma constitucional del Presidente. No queremos una persona ni tampoco un partido, ni mucho menos un militar tomando el poder para no dejarlo. Ya lo vivimos, no queremos volver a pasar por ahí. Seamos conservadores, conservemos y afiancemos nuestra democracia.
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