Chile, Bolivia, Ecuador, Peru, Colombia, Argentina, Mexico y por supuesto Venezuela, todos tienen un denominador común: los cambios sociales, las protestas, el malestar social. La cara de America Latina está cambiando, la pregunta que habría que hacer es si para mejorar.
De todos ellos, Chile es, sin duda, el más emblemático, el que mayores enigmas genera. Chile fue, durante mucho tiempo el arquetipo de la perfección Economica. Todo aquello que debía hacerse para disminuir la pobreza, crecer económicamente y sostener un sistema democrático que incluyera no solo elecciones libres y limpias sino también el respeto a las libertades y la protección de los derechos humanos.
Lo que le espera a Chile con el anunciado proceso constituyente es de resultado incierto. El contagio ideológico de una región que tira a una izquierda trasnochada puede trastocar los esfuerzos de mantener la democracia. Es la izquierda forjada en la idea de construir una hermandad protectora fundada en el Foro de Sao Paulo con el impulso de los gobiernos de Cuba y Venezuela.
Hace algunos años, por allá de 2015, la región debatía si se encontraba en el fin de una ola de gobiernos de izquierda. El deshielo de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos encabezado por el ex Presidente Barack Obama, hizo pensar en que, de manera indirecta, esto conllevaría en el mediano y largo plazo al debilitamiento de la influencia ideológica de la isla para con el resto de los países. Se esperaba incluso que la incidencia norteamericana coadyuvara a mejorar la dinámica en la región.
Cuatro años después el panorama es bastante sombrío. El gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela continúa en el poder a pesar de todo y todos. La transición política en Estados Unidos ahora con Donald Trump a la cabeza destruyó esas esperanzas. La política exterior de Trump tiene una tendencia hacia el aislacionismo y a volver a una imagen de un país policía controlador. Sin embargo, su administración tiene muy poco interés en la región más allá del obvio interés económico que tienen algunos de ellos pero para los que el trato sigue siendo igual de prepotente y altanero.
Donald Trump no busca, ni lo hará en una futura administración si se reelige, instaurar la democracia ni defenderla en América Latina. Para nadie es un secreto que tiene mejores relaciones con dictadores que con Jefes de Estado electos democráticamente. El resultado de esa visión -o la falta de ella- para nuestros países está a la vista. El poder es de quien lo ejerce no de quien lo ostenta dice un clásico aplicable para este caso. Cuba y Venezuela han encontrado en el desinterés de Estados Unidos en la región el espacio perfecto para impulsar su ideología y transformar gobiernos que sean adeptos leales a lo que ellos representan.
Por supuesto nadie desea la intromisión de Estados Unidos -menos aún con Trump al frente- sin embargo el extremo tampoco es deseable. Lamentablemente en los procesos políticos que vivimos actualmente en la región, aún cuando hay una enorme distancia ideológica entre unos y otros (Bolivia va de la izquierda de Evo hacia la derecha extrema; Brasil ya había pasado de la izquierda a la derecha; Chile pareciera ir de la derecha hacia la izquierda; Argentina va en el mismo sentido) hay un denominador común: la injerencia externa no permite ni permitirá que en verdad sean los ciudadanos de cada país los que definan su propio futuro, pensarlo de otro modo nos haría parecer, por lo menos, ingenuos.