Desde el comienzo de la invasión a Ucrania una cosa había quedado siempre clara, la determinación de los miembros de la OTAN a no intervenir directamente. Con la intención de evitar una escalada que pudiera propiciar una Tercera Guerra Mundial , la guerra, se ha dicho, debe permanecer confinada en las fronteras de Ucrania.
La estrategia de la OTAN y los países de Occidente para enfrentar a Vladimir Putin se ha sustentado en dos pilares. Por un lado, las sanciones que buscan asfixiar económicamente a Rusia; y por otro, la entrega de armamento a Ucrania para su propia defensa. Más de 20 países han participado en la imposición de sanciones y otra cantidad igual ha enviado armas a Ucrania.
El resultado, la caída del rublo a su nivel más bajo, salida y cierre de empresas, desempleo y ahora la escasez de productos básicos para la población dentro de Rusia. De acuerdo con distintas proyecciones, la economía rusa podría contraerse entre un 7 hasta un 15 por ciento, e incluso más. Las perspectivas económicas en el mediano y largo plazo son bastante negras y la recuperación económica de Rusia tomará décadas.
Y a todo esto hay que sumar que en una guerra que se cree estaba planeada para ser relámpago, Rusia sigue acumulando derrotas militares y pérdidas en el campo de batalla que parecían impensables. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para detener la invasión ni hacer retroceder a Putin. Quizá incluso puede tener efectos contraproducentes.
Mientras el resto del mundo se congratula por las derrotas del ejército ruso y festeja los triunfos y el valor de los ucranianos, dejamos de lado que todo esto complica el diálogo y la posible negociación de una paz entre ambos países que ponga fin a esta locura. Conforme pasa el tiempo y la anexión de Ucrania no llega, Putin puede verse en una situación cada vez más complicada de sobrellevar internamente.
Pasado un mes del comienzo de la guerra, parece claro que el efecto disuasor de las sanciones, de ocurrir, no sería pronto. Mientras tanto la muerte de civiles crece y los ataques a las ciudades que resisten se vuelven más destructivos. Estos bombardeos y la completa indiferencia al sufrimiento de civiles son un mensaje de que para Putin, los límites son los que traza él mismo.
Y como históricamente lo ha hecho, si hay resistencia su respuesta es la destrucción total, como ocurrió en Grozny durante la segunda guerra chechena en 1999 o más recientemente en Aleppo, Siria en 2016. Ambas ciudades fueron reducidas a escombros tal como hoy se está haciendo con ciudades como Mariúpol.
Mientras más se alargue esta guerra más se cierra la puerta a una salida negociada. Sin victorias militares que mostrar y frente a pérdidas económicas tan grandes, pedir la neutralidad de Ucrania, el reconocimiento de los estados independientes del Donbás o la expulsión de los grupos neonazis, parecerían logros bastante pobres. Incluso si a esa lista se agrega la renuncia de Zelensky.
Un Putin acorralado, teniendo tanto que perder si no gana algo, puede apostar a continuar escalando para evitar una humillación. Escalar para desescalar, para disuadir a la resistencia y forzar la rendición de Ucrania. Escalar podría significar el uso de un arma nuclear táctica (de menor carga explosiva y menor poder de destrucción).
Se piensa que ésta es una posibilidad remota, sin embargo, una de las primeras promesas, hecha por el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg durante la cumbre de la OTAN en Bruselas que comenzó ayer, ha sido asistir a Ucrania en caso de posibles ataques químicos o nucleares. ¿Es este un aviso de que exista un amenaza real de que Rusia utilice un arma nuclear?