Como nunca antes había ocurrido, es el propio Presidente de los Estados Unidos el que ha salido no sólo a tratar de desconocer los resultados sino a atacar la credibilidad de las elecciones acusando de fraude a su rival.
El resultado para la hora que escribo esto, aún no se conoce y seguro no se conocerá. Pasarán aún días, quizá semanas para que pueda declararse un ganador oficialmente. Mientras tanto, el papel que juegan ambos candidatos en el sostenimiento de la gobernabilidad del país es crucial. Los discursos inflamatorios de Donald Trump son muy peligrosos.
Desde que en septiembre Trump amenazó con no hacer una entrega pacífica del poder en caso de perder las elecciones la tensión no ha hecho más que incrementar. Sus acusaciones de fraude de martes en la noche y el miércoles no han hecho más que abonar a la tensión y a la incertidumbre.
La gran polarización que vive hoy la nación americana es el caldo de cultivo perfecto para crear disturbios sociales que pueden desencadenar una violencia absolutamente innecesaria pero latente. Hay que tenerlo claro, esta fue una elección absolutamente distinta, extraordinaria habría que decirlo. Las campañas se realizaron en medio de la pandemia que lleva ocho meses paralizando al mundo entero y que, tan sólo en Estados Unidos, ha cobrado la vida de más de un cuarto de millón de personas.
La pregunta evidente es ¿qué puede ocurrir? Evidentemente esta es una situación singular, sin embargo, el entramado institucional en Estados Unidos está construido de una manera tal que puede permitir sostener el embate autoritario del aún presidente Trump y sostener la democracia. No es que Donald Trump no haya hecho bastante daño en los últimos cuatro años o que se desestime el impacto de sus declaraciones y mensajes a través de twitter. Entre los seguidores de Trump hay un grupo muy claro de radicales dispuestos a tomar armas y generar disturbios. Sin embargo, son apenas una fracción de los millones de ciudadanos americanos incluidos los electores republicanos.
La democracia estadounidense está basada en un principio básico en la coyuntura actual, el control del poder político. El presidencialismo norteamericano, a diferencia del latinoamericano, es un presidencialismo acotado. Pocos lo creen pero el presidente de Estados Unidos tiene menos poderes que sus homólogos en países parlamentarios como Canadá o el Reino Unido. A la llegada de Trump, su talante autoritario comenzó a romper varios de los hilos que habían sostenido por décadas ese control del poder.
Trump, no sólo se apoderó del Partido Republicano sino que fue centralizando el poder de distintas dependencias hasta el grado de hacerles perder, a muchas de ellas, su autonomía. Sin embargo, hay muchos órganos que aún funcionan. Dos de estos serán básicos en lo que está por venir. La Suprema Corte de Justicia y los propios estados.
No será esta la primera vez que el proceso electoral termine judicializándose. La Corte tendrá un papel preponderante en la calificación de las elecciones. La intentona de Trump de evitar que se termine el conteo de votos incluidos los que llegaron por correo va contra la decisión de la propia Corte que en varios Estados como Pensilvania, autorizó la llegada y recuento de votos en fecha posterior al día de la elección. Difícilmente la Corte declararía ilegal ese recuento que además es absolutamente legítimo.
Segundo, la Corte ha sido pieza clave en sostener posturas que pueden ir en contra de los deseos presidenciales. Tan sólo en este año la Corte ha votado en contra de los deseos de Trump en materia de restricciones al aborto legal, autorizando el acceso a las declaraciones de impuestos del actual presidente solicitados por la fiscalía de Nueva York, o echando para atrás la intentona de Trump de terminar con las ciudades “santuario” como California.
La Corte sin duda tiene claro el papel determinante que tiene en el control del poder político y, de llegar a darse el caso, seguramente mantendrá sus decisiones acotadas a la Constitución y las leyes con lo cual el riesgo que muchos han visto de que Trump quisiera quedarse en el poder es básicamente un imposible. Si pierde se irá. Ojalá pierda.