En política nada está nunca completamente dicho. No hay indisolubles ni absolutos. Los vientos de cambio pueden llegar a barrer naciones y transformar el panorama político de maneras que a veces no imaginamos, impulsando cambios de un espectro ideológico a otro.

Uno de estos fenómenos es el tránsito de naciones que pasan de gobiernos de extrema izquierda a opciones de derecha, e incluso de extrema derecha, en relativamente poco tiempo y con un alto riesgo, especialmente cuando el cambio apunta al extremismo. Ejemplos como Austria en la década de 1980, que transitó de ser gobernada por el Partido Socialdemócrata (SPO) a votar por la ultra-derecha enarbolada por el Partido de la Libertad, liderado por Jörg Haider, demuestran esta dinámica.

Los altos niveles de desempleo y los bajos niveles de crecimiento económico, las malas decisiones del SPO en materia económica se sumaron a los escándalos de corrupción que minaron la confianza ciudadana y crearon un sentimiento de desilusión generalizado.

Este fenómeno ha ocurrido en países como Hungría, Polonia, Alemania, Brasil y Colombia. Aunque no es nuevo, es un terreno riesgoso. El extremismo de izquierda, las políticas económicas fallidas, la falta de disposición para negociar y los cambios que trastocan los valores considerados importantes por una sociedad abren la puerta a que los populistas de extrema derecha encuentren apoyo. Esto se agrava cuando las opciones políticas menos radicales no presentan posturas claras y sin ambigüedades, ni liderazgos fuertes y cercanos a la realidad.

Lo que estamos presenciando en México comienza a parecerse a un proceso de transición similar a los mencionados. Para las elecciones del 2024, nada está grabado en piedra. La intempestiva entrada de Xóchitl Gálvez en el escenario electoral es una clara muestra de que el panorama puede cambiar de un día para otro. Los graves errores del gobierno actual no pasan desapercibidos para la mayoría de la población.

Aunque el presidente aún goza de una gran aprobación, los ciudadanos de todos los estratos sociales expresan su preocupación por el deterioro de temas trascendentes como la salud, la educación, la seguridad y la creciente polarización.

Xóchitl Gálvez puede tener oportunidad, no solo por su origen y su capacidad para conectar con quienes vienen de entornos más desfavorecidos, como presume el presidente. También representa el aspiracionismo y la meritocracia, factores que buena parte de la sociedad mexicana valora frente al discurso victimizante que somete a los pobres a seguir siendo pobres sin importar cuánto trabajen. Su discurso puede encontrar eco en aquellos que se niegan a que el gobierno los despoje de sus sueños y los convierta en dependientes del Estado de por vida.

Este vaivén ya también lo vivimos en 2018. La llegada de López Obrador solamente se entiende bajo el reconocimiento de que veníamos de un gobierno, el de Peña Nieto, manchado por la corrupción, por el uso cínico e indiscriminado de programas sociales para ganar elecciones, la desigualdad social, los bajos salarios y las mentiras abrieron la puerta al desastre que vivimos hoy. El Presidente parece olvidar que la senadora podría representar lo que él representó para una buena parte de la sociedad mexicana hace 5 años.

¿Podrá Xóchitl Gálvez encabezar una propuesta que vuelva a unir a los ciudadanos? ¿Será capaz de mantener su atractivo y sustentarlo con propuestas atractivas y viables sin cometer errores que socaven su popularidad actual? O bien, ¿surgirá una propuesta extrema, nacionalista y de derecha identitaria que debilite su probable candidatura de posturas moderadas y facilite la permanencia de Morena?

A medida que evoluciona el panorama político, será crucial fomentar el diálogo y encontrar puntos en común para construir un futuro que equilibre las posturas y ponga al país de nuevo en el camino correcto.

Twitter: @solange_

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