Hay momentos en la historia que uno desearía no vivir. El mundo de hoy vive una oleada de arribo populista que, por momentos, pareciera pasar desapercibida a los ojos de millones. El populismo de hoy ha entendido que, para sobrevivir, necesita dar la apariencia de democracia, así que mantiene las elecciones, órganos legislativos y judiciales y por momentos el sistema pareciera funcionar de manera normal.

No es así. Ejemplos como el de Erdogan, en Turquía; Viktor Orban, en Hungría; Evo Morales, en Bolivia; Hugo Chávez primero y luego Maduro, en Venezuela, dan cuenta de que solo se trata de fachadas de democracia que esconden regímenes populistas iliberales. La aspiración y el sueño del movimiento de Andrés Manuel López Obrador.

Bajo la narrativa de defensa del pueblo, de representar a las personas comunes contra las élites y contra el poder político establecido, los lideres populistas han ido ganando terreno destruyendo la confianza ciudadana en la democracia. El iliberalismo es hoy la mayor amenaza a la democracia y México se conduce irremediablemente hacia allá.

De acuerdo con el pensamiento populista, solo el líder populista y sus seguidores pueden tener el monopolio de la verdad y todo aquello que los confronte se convierte en un enemigo. La oposición, los medios de comunicación críticos y los organismos responsables de controlar el poder se convierten, de manera casi natural, en enemigos a vencer. En la idiosincrasia del populista, las instituciones electorales le impiden manipular las elecciones a su antojo, están contra él.

Desde el inicio (y antes) López Obrador ha buscado minar la confianza ciudadana en el INE. Su objetivo siempre ha sido destruir con el fin de eliminar una muy probable oposición a malas prácticas de su partido y su gobierno durante las elecciones del 2024.

La democracia mexicana ha sufrido un grave deterioro en los cuatro años de esta administración, tanto en materia política como económica, social e incluso cultural. El populismo que encarna López Obrador es una clara afrenta al modelo de democracia liberal, a sus valores e instituciones.

El último revés legislativo llegará a la Suprema Corte de Justicia cuyo papel será central para evitar el desmantelamiento de la institución básica de la democracia y evitar que se restablezca un régimen presidencial todopoderoso sin control del poder. Evitar que volvamos a los tiempos en que había elecciones pero nuestro voto en realidad no contaba.

De no revertirse estos cambios, nuestro voto será contado (o descontado según convenga) por los llamados “Servidores de la Nación”. Ese ejército de propaganda lopezobradorista que, pagada con recursos del erario, hace entrega lo mismo de tarjetas del Banco del Bienestar que de vacunas contra el Covid, se encargará de llevar a votar por Morena a todos los beneficiarios ante la mirada impasible de un ejército que, más que nunca, participará en el proceso electoral.

Lo ocurrido en el Senado marcó el inicio del desmantelamiento de la democracia en nuestro país. Esa que con tanto empeño llevábamos construyendo por varias décadas. De confirmarse en la Suprema Corte, el golpe al INE significará la vuelta al autoritarismo en México, encabezado por un presidente antidemócrata, un nuevo partido de Estado (Morena) y unas fuerzas armadas cuya lealtad ha sido comprada por la cabeza del Ejecutivo a punta de billetes en forma de obras gubernamentales. En los libros de la ignominia histórica quedarán los nombres de todos los que han apoyado esta regresión autoritaria.

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